En la Segunda Guerra Mundial, los cazabombarderos aliados intentaron hundir al buque de guerra alemán "Tirpitz". Los "anillos de los árboles" revelan por qué fallaron.
En la contienda de 1939-1945, los múltiples intentos de hundir lo que el primer ministro británico Winston Churchill apodaba "la bestia" fueron infructuosos hasta noviembre de 1944, cuando se fue a pique por un ataque aéreo de la Royal Air Force.
Décadas más tarde, en 2016, durante un viaje con sus alumnos a los bosques que bordean el Kafjord, un fiordo del norte de Noruega, la investigadora Claudia Hartl vio uno de los rastros de esos combates con el que no contaba.
"Medimos los anillos de los árboles y constatamos que eran muy estrechos, en algunos casos casi inexistentes, para el año 1945", explicó Claudia Hartl a la AFP durante la reunión anual de la Unión Europea de Geociencias en Viena. Y "por descontado nos hemos preguntado ¿por qué?".
Las primeras sospechas recayeron sobre los insectos, que pueden extenderse muy rápidamente y causar daños, en particular en los bosques boreales de alta latitud.
Recientemente, por ejemplo, los escarabajos devastaron extensas zonas boscosas en Canadá.
Pero ningún insecto de este tipo causó estragos en el norte de Escandinavia a mediados del siglo XX.
"Hablando con un científico de Tromsø (una ciudad del norte de Noruega donde el buque se fue a pique) establecimos el vínculo con el 'Tirpitz'", explicó Scott St. George, un geógrafo del Instituto sobre Medio Ambiente de la Universidad de Minnesota.
Niebla artificial
En aquel entonces, el "Tirpitz" y sus 2.500 tripulantes se ocultaban en el laberinto acuático del norte de Noruega. En la era "presatélite" podía resultar difícil localizar a un buque de 250 metros.
Nada más encontrar a "la bestia", los cazabombarderos aliados entraron en acción. Para protegerse, los alemanes esparcieron gran cantidad de niebla artificial.
"El esmog invadió los bosques que bordean el fiordo dejando detrás de él 'una huella digital' particular e infrecuente", comentó Scott St. George.
El estudio de los anillos de crecimiento de los troncos de los árboles, llamado dendrocronología, permite a los climatólogos examinar los cambios de temperatura, las precipitaciones o cursos de del agua remontándose a cientos o miles de años.
Para proseguir su investigación, Claudia Hartl volvió al lugar de la batalla.
La investigadora constató que en el sitio donde se encontraba el barco más del 60% de los árboles dejaron de crecer y de tener hojas.
A cuatro kilómetros de los combates, más de la mitad de los árboles seguían mostrando señales de sufrimiento. Necesitaron al menos ocho años para recuperarse.
Claudia Hartl también descubrió zonas donde los árboles databan de 1950, lo que sugiere que la niebla química destruyó a los ejemplares que había antes.
La niebla química empleada por el "Tirpitz" se componía probablemente de ácido clorosulfúrico que, combinado con agua, produce un vapor blanco y espeso.