Por Giovanni E. Reyes (*)
SERÁ el próximo domingo, el 22, cuando se defina el próximo Ejecutivo argentino, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Se encuentra en juego, como una primera impresión en el análisis político, la posición del oficialismo kirchnerista: Daniel Scoli (1957 -) y por otro lado, quien constituye la esperanza de los partidos políticos opositores –incluyendo a la Unión Cívica Radical (UCR)- Mauricio Macri (1959 -).
Las nostalgias, especialmente entre la población de más edad, no dejan de estar ausentes. Hasta los primeros años que siguieron a la II Guerra Mundial, -tiempos de altos precios de materias primas- Argentina era, junto a Venezuela, de los países en todo el mundo, no sólo de mayor potencial económico, sino de más prometedores estándares de desarrollo y de producto interno bruto (PIB) per cápita.
Eso sobresale, por ejemplo, cuando se contrastan esas condiciones, con las que tenía Japón, un país destruido por las generalizadas masacres, las mayores en la historia de la humanidad del 6 y 9 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki.
Ahora Argentina viene de haber superado el desastre económico que generó la intempestiva salida del poder Ejecutivo del, en ese entonces, presidente Fernando de la Rúa –de la UCR- el 20 de diciembre de 2001. La caída de la economía fue impresionante, se hundieron los valores de bienestar social, cundió el desempleo, la inflación fue galopante, mientras se desplomaba el poder adquisitivo del peso argentino, luego de una paridad con el dólar que venía desde 1994.
A partir de 2003, con la llegada primero de Néstor Kirchner (1950-2010) al Ejecutivo, y luego de su esposa, la actual Presidenta Cristina Fernández (1953 - ) la situación tendió a estabilizarse, lo que incluyó la reestructuración de la deuda externa. Fue algo que afectó a los acreedores y que ha limitado severamente el acceso del país a créditos frescos. De allí uno de los factores de asociación estratégica que se estableció con la Venezuela chavista, quien tendió a compensar los recursos financieros que se requerían.
En la actualidad, Argentina viene de crecer económicamente un 8.6 por ciento en 2011, hasta una contracción de -0.2 por ciento del producto interno bruto para 2014. Por otra parte la transferencia neta de recursos muestra datos negativos desde 2005, lo que estaría asociado a falta de credibilidad de inversores extranjeros y a fuga de capitales. La deuda externa total del país, entretanto, ha pasado de ser 105,000 millones en 2005, a los actuales niveles de 148,000 en 2014.
De manera similar a lo que afecta a la generalidad de países latinoamericanos, se están sintiendo los efectos macroeconómicos en dos sentidos complementarios. Por una parte la reducción de los precios de las exportaciones de la región en los mercados internacionales, y por otro lado la tendencia a la depreciación de las monedas, producto de la escasez relativa de dólares –influenciado, entre otros factores, por la perspectivas de alza de las tasas de interés en Estados Unidos.
Las agrupaciones que se disputan la presidencia en segunda vuelta, muestran un auténtico revoltijo o tuti-fruti en las agrupaciones políticas. No es que Daniel Scioli sea el kirchnerista pura sangre que el oficialismo desea presentar. El ahora candidato oficial fue de los que apoyó las medidas del ex –presidente Carlos Menem con la aplicación sin remilgos de las medidas neoliberales y que desembocaron en la debacle de diciembre de 2001.
El kirchnerismo, por otro lado, aparte de una caracterización no exenta de populismo, llevó como jefe del ejército a Cesar Milani (1954 -) un oficial del ejército argentino, entidad que gobernó con desmanes durante la dictadura de 1976 a 1983. Milani ha sido acusado de haber participado en actos represivos en los años setenta.
Por parte de Mauricio Macri, se le atribuyen medidas que han apoyado a sectores populares, lo que contrastaría con las acusaciones que tratan de hacerse colar en el imaginario colectivo, en el sentido de que es la representación de la derecha intransigente. En Buenos Aires, trasladó la sede del gobierno a un sector del sur y no al lujoso barrio de Puerto Madero. Además creó Metrobús que favorece el transporte a grupos de los sectores más vulnerables, de menor poder adquisitivo.
Con todo, el contexto actual de Argentina tiene la influencia de factores económicos, sociales y de polarizadas posiciones políticas. En ese país, la próxima presidencia parece ser un auténtico regalo envenenado. Argentina está enfrentando una de las cinco inflaciones más grandes del mundo. Se tiene la percepción de que durante 2014 la elevación generalizada de precios llegó a no menos de 24 por ciento.
El próximo gobierno debe enfrentar un importante déficit fiscal, lo que se ve afectado por los actuales niveles de subsidios que han permitido significativo apalancamiento social. Analistas como Alejandro Rebossio han puntualizado que desmontar ese sistema de subsidios puede “incendiar el país”.
El problema general en esas condiciones es que se incendian los sectores sociales –algo por supuesto que nadie desea- o se incendia el déficit del gobierno. Todo ello puede fácilmente, generar efectos multiplicadores importantes. Es decir que podrían, con facilidad, generar escenarios con importantes elementos estratégicos, de esos que generan dinámicas sociales y económicas de largo aliento y consistentes repercusiones.
Una salida es llegar a pactos fiscales en donde los costos puedan ser cancelados por los sectores más poderosos, pero ello implica que tales grupos de poder deben tener una mayor perspectiva de desarrollo. Deben dejar atrás la usual visión cortoplacista, que lamentablemente es lo que ha caracterizado el manejo de política económica en la región.
El próximo gobierno se verá forzado, con mucha probabilidad, a tomar decisiones dolorosas, que causarían importante erosión en la aceptabilidad social. Serían medidas que usualmente son poco populares, deben tomarse al principio, cuando la nueva dirigencia tiene mayor capital político.
Desde esta óptica, sería más conveniente que los contrincantes hipotecaran su credibilidad política y se tuviera un escenario en el cual, o Scioli y el kircherismo terminan desgastándose o bien Macri se haga con el “precio de la novatada” al recibir un gobierno comprometido.
En próximo gobierno en Argentina deberá ejecutar un plan de genuinas maniobras bajo la tormenta. No margen para errores. Se trata de administrar crisis y no abundancia.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Escuela de Administración Universidad del Rosario.