Cuando se afirma que Álvaro Uribe Vélez es el principal factor de poder político de los últimos tiempos en el país, surge la duda en torno a si una sola persona pueda tener tal capacidad para incidir sobre los destinos de una nación que, recientemente, suele tener ciclos de liderazgo mucho más cortos e inclusive esporádicos.
Sin embargo, el caso de Uribe Vélez es de otra índole, por lo cual tirios y troyanos lo han calificado de fenómeno. Nadie duda de que es un batallador que ha sumado grandes victorias, pero también grandes derrotas. Una trayectoria que lo ha llevado a ser, por ejemplo, el protagonista directo y factor decisivo de los mandatos presidenciales desde 2002 a la fecha.
Cuando a Andrés Pastrana aún le faltaba un año de gobierno, en 2001, Uribe Vélez apenas despuntaba como candidato presidencial, luego de regresar de profundizar sus estudios internacionales en el exterior, y empezó a ser conocido por sus posturas enfáticas en cuanto a la derrota de la guerrilla por la vía militar y su desacuerdo abierto con los diálogos con las Farc que entonces se llevaban a cabo. Previamente la opinión pública nacional tenía cierta referencia de sus tesis, desde los tiempos de las llamadas Convivir, en su mandato como gobernador de Antioquia, entre 1995 y 1997, cuando el gobierno de Ernesto Samper les dio más amplitud de acción a la otorgada por la administración de César Gaviria. Antes de llegar a este cargo, había ocupado por ocho años una curul en el Senado, bajo la insignia del Poder Popular, y en los ochenta había sido concejal de Medellín (1984) y por un corto lapso alcalde de la misma ciudad (designado) en 1982, no sin polémica.
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En todos esos cargos afianzó la imagen de un dirigente que se inclinaba por enfrentar militarmente a la subversión, que incluso había asesinado a su padre en 1983, en un intento de secuestro en su finca, en San Roque (Antioquia). Sin embargo, por el tema controversial de las cooperativas de seguridad rural (Convivir), algunos sectores lo asociaban con una postura proclive al paramilitarismo. Aun así, en el Senado fue favorable a la amnistía dada al M-19, en lo que se llamó el reindulto.
Visto todo lo anterior, es más fácil entender por qué arrancando el 2002, en un país indignado por las actitudes desafiantes de las Farc en el proceso de paz del Caguán, las tesis de Uribe poco a poco iban ganando terreno en la opinión pública. Aunque por entonces registraba muy bajo en las encuestas, había advertido que de llegar a la Casa de Nariño acabaría ipso facto con los diálogos.
Por lo mismo, cuando el proceso de negociación se rompió por el secuestro de un avión en pleno vuelo, su desvío al Caguán y el plagio de un senador, la ciudadanía se inclinó masivamente por una respuesta de mano dura estatal. Uribe ya la encarnaba claramente y por lo mismo después del 20 de febrero, cuando se rompió el proceso, comenzó un ascenso inédito en las encuestas que lo llevaría en cuestión de tres meses a ser el primer Jefe de Estado electo en primera vuelta (con el 53% de los votos), derrotando a Horacio Serpa (31%), aspirante del liberalismo, su antigua casa.
Punto de inflexión
Desde el mismo momento en que se confirmó su llegada a la Casa de Nariño, no pocos analistas advirtieron que el país iba a registrar un punto de inflexión, sobre todo en el que era, por entonces, el mayor problema del país: la violencia generada por las guerrillas de las Farc, el Eln y las llamadas ‘Autodefensas Unidas de Colombia’.
Uribe Vélez lanzó entonces su “Política de Seguridad Democrática”, la ofensiva táctica y estratégica que cambió la ecuación del conflicto armado en Colombia. Un giro que llevó a que el Jefe de Estado se convirtiera entonces en el enemigo 1A de la subversión, que a lo largo de muchos años planificó no pocos atentados para asesinarlo, y alguno estuvo cerca de cumplir su objetivo durante la campaña presidencial.
Tras los primeros resultados militares y policiales de ese cambio de estrategia y un estilo de gobierno bastante sui generis, en el que primaba la microgestión, los consejos comunales y una interacción muy cercana con la gente, la popularidad del inquilino de la Casa de Nariño empezó a marcar porcentajes inusitados, a tal punto que no había llegado ni a la mitad de su mandato cuando ya el Congreso, en 2004, eliminó la prohibición de la reelección presidencial consecutiva abriéndole camino a un segundo mandato hasta entonces impensable.
En ese momento ya había logrado la desmovilización de diversos grupos paramilitares y estaba empezando a tomar vuelo el proceso penal de la “parapolítica”. De otra parte, las Farc presionaban un “acuerdo humanitario” para canjear militares, policías y dirigentes políticos secuestrados por guerrilleros presos… Pese a todo ello, en un país ya por entonces muy polarizado, Uribe, al que incluso llegaron a denominar sus escuderos como “el irremplazable”, se reeligió, de nuevo en primera vuelta, en 2006. Y esta vez lo hizo con un porcentaje mayor de votación al de cuatro años atrás: 62%.
Fundó entonces un partido propio, La U, y de nuevo con una coalición mayoritaria en el Congreso el segundo mandato se marcó por una economía en ascenso en buena parte gracias a la recuperación en muchos sectores del orden público y la seguridad.
Pero igual hubo grandes contrastes y grandes noticias, que fueron desde la polémica orden de abatir al cabecilla de las Farc ‘Raúl Reyes’ en un bombardeo en la frontera ecuatoriana, hasta la exitosa “Operación Jaque”, que permitió el rescate de Ingrid Betancourt, militares, policías y tres contratistas estadounidenses; grandes escándalos de corrupción, desde el pico de la parapolítica a las condenas por yidispolítica; igual fueron muchas sus controversias con la Corte Suprema de Justicia e incluso extraditó la cúpula paramilitar a EU, aduciendo el rompimiento de los compromisos por parte de los jefes en prisión.
Todo ello en medio de un país aún más polarizado y un intento para sacar avante un proyecto de referendo que buscaba abrirle paso a un tercer periodo consecutivo, luego prohibido por la Corte Constitucional… Para completar el complejo panorama, el péndulo geopolítico latinoamericano giraba hacia la izquierda y Colombia era de los pocos países que no entraba en esa tendencia.
Cuando ya los analistas preveían el marchitamiento del “efecto teflón” que le permitía mantener una alta popularidad pese a la controversia que lo rodeaba, Uribe, a menos de un año de dejar el poder e imposibilitado de una nueva reelección, se decidió por fijar el sendero de la sucesión, teniendo en mente al exministro Andrés Felipe Arias y, cuando este perdió la consulta conservadora con Noemi Sanín, dio paso a su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien gracias a su guiño electoral ganó en mayo de 2010 y la segunda vuelta en junio, frente a Antanas Mockus.
De esta forma, entonces, Uribe completaba ya tres mandatos presidenciales en línea determinando el rumbo del poder en el país: dos de él y uno de Santos.
Arrancar de cero
Obviamente los liderazgos son más fáciles de mantener cuando la suerte política sonríe. Pero también cuando ocurre todo lo contrario: los reveses y las derrotas. Y eso fue, precisamente, lo que le pasó a Uribe de entrada en el mandato Santos.
Primero fue el revés: desde el mismo día de su posesión el nuevo mandatario empezó a abrir “la ventana” para un acuerdo de paz, con base en la cercanía al “nuevo mejor amigo” Hugo Chávez, el controvertido presidente venezolano aborrecido por Uribe. Una línea absolutamente contraria a la fijada por su páter político y electoral. En segundo lugar, designó en algunos ministerios a contradictores políticos bajo la tesis de un gabinete de rivales. Y, como si fuera poco, el partido de La U (por entonces mayoritario y cuyo nombre se inspiró en el apellido del exmandatario para tratar de ‘colgarse’ de su imagen y arrastre electoral) se mantuvo fiel a los designios de Santos y empezó a tomar distancia del expresidente.
Por lo mismo, antes de que pasara el primer año y medio del gobierno de su sucesor escogido, Uribe y compañía ya se habían lanzado a la oposición, acusando al Ejecutivo de haber traicionado el legado.
Luego de dos años y medio de fuerte debate en torno a la negociación de paz con las Farc, por parte del gobierno Santos, Uribe volvería a las urnas en 2014 con el objetivo de recuperar el poder. Para ello volvió a arrancar de cero: creó un nuevo partido (Centro Democrático), se lanzó como cabeza de lista al Senado - logrando la máxima votación-, y postuló a un uribista 1A que le garantizara fidelidad política e ideológica, siendo el exministro Óscar Iván Zuluaga el escogido.
Sin embargo, sobrevino una de las más grandes derrotas que ha tenido desde 2001: aunque su aspirante le ganó al presidente-candidato Santos en la primera vuelta, perdió en la segunda en medio de un ambiente enrarecido por acusaciones de boicot y espionaje a la negociación de paz en La Habana. Así las cosas, el expresidente y sus toldas tuvieron que resignarse a cuatro años más en el desierto de la oposición. Es más, aunque en las parlamentarias de 2014 el CD irrumpió con fuerza en el escenario político y logró la mayor votación al Senado y una buena cuota en la Cámara, la coalición gubernamental de respaldo a Santos era mayoritaria y bloqueó al partido uribista durante el cuatrienio.
Vuelve y juega
Pese al revés que significó la ruptura con Santos avanzado el 2011 y la derrota contra él en 2014, el uribismo no cedió, aunque al exmandatario ya se le notaba cierto desgaste político en las encuestas y crecían los problemas jurídicos en la Corte Suprema y la Comisión de Acusación de la Cámara por escándalos como el de las ‘chuzadas’ o los ‘falsos positivos’. Ello sumado al procesamiento de su hermano Santiago por presuntos nexos con el paramilitarismo.
Tras los comicios regionales y locales de 2015, en donde el uribismo conquistó varias gobernaciones y decenas de alcaldías, vinieron dos años de duro enfrentamiento político entre lo que la prensa llamó “guerreristas” y “pacifistas”, “derechistas” e “izquierdistas” ...
Ese pulso tendría su principal escenario en el plebiscito refrendatorio del acuerdo de paz con las Farc, el 2 octubre de 2016. Allí Uribe logró una gigantesca victoria y su primer triunfo en seis años: sorpresivamente se impuso el No en las urnas, que había auspiciado, obligando a Santos a tener que adelantar con la oposición la renegociación del pacto con las Farc.
Aunque inicialmente el Gobierno aceptó esas mesas de diálogo y Santos, que acababa de ganar el premio Nobel de Paz, dio curso a negociar algunos puntos del acuerdo con las Farc, de un momento a otro rompió las tratativas, suscribió un nuevo pacto en La Habana y acudió a una inédita refrendación vía parlamentaria para saltarse la negativa producto del dictamen popular. Uribe se sintió de nuevo ‘conejeado’, según dijo.
Aunque el uribismo no pudo forzar la reforma del acuerdo de paz ni tampoco bloquear el trámite en el Congreso del marco jurídico del mismo, incluyendo la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), que incluso demandó ante la Corte Constitucional, lo cierto es que salió fortalecido del plebiscito y a mediados de 2017 empezó a sentar, otra vez, las bases para tratar de retomar el poder.
Mediando una serie de encuestas eliminatorias para escoger candidato presidencial en diciembre de ese año, terminó ganando el que todo el país sabía que era el preferido de Uribe: el senador Iván Duque, de apenas 40 años y sin mayor experiencia política ni electoral. Pero, en una frase que hizo carrera en el vocabulario político colombiano, ganaría “el que diga Uribe”.
El expresidente se puso al frente de la campaña de Duque. Lideró personalmente la confección de la coalición, llevándolo a competir en una consulta interpartidista, en marzo de 2018, en paralelo a las parlamentarias, con los conservadores Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez. Su candidato ganó de lejos la consulta y el CD, con él otra vez como cabeza de lista al Senado, volvió a ser el más votado, ganando 20 escaños. El exmandatario logró entonces la máxima votación individual para un senador en la historia (875 mil votos).
Teniendo a Gustavo Petro y Sergio Fajardo como sus principales rivales, Duque ganó la primera vuelta y para la segunda, enfrentado a Petro, se conformó un fuerte bloque que le aseguró el triunfo con 10 millones de votos contra ocho de su rival. El cuarto mandatario que ‘ponía’ Uribe desde 2002, sin contar la primera vuelta de Zuluaga, quien hoy aduce que le boicotearon la segunda vuelta y que sin trampas hubiera ganado en 2014.
Última cruzada
Tras asegurar el regreso del uribismo a la Casa de Nariño en agosto de 2018 y ayudar a confeccionar una coalición gubernamental de mayorías apretadas en el Parlamento, Uribe se puso como meta conquistar un buen número de gobernaciones y alcaldías en las regionales de 2019. Era el mejor momento para hacerlo, pero lo cierto es que si bien el CD avanzó en algunos cargos de poder territorial, capitales y departamentos clave quedaron en cabeza de la izquierda y los independientes.
Muy pronto vendría la pandemia del coronavirus y el país se enfocó en el plan de contingencia sanitaria, en 2020. Pero ya antes de la posesión de Duque la situación jurídica de Uribe, por el proceso penal a raíz de los debates del senador Iván Cepeda en el Congreso, a inicios de la legislatura de 2014, se estaba complicando cada día más por cuanto Uribe había pasado intempestivamente de denunciante ante la Corte Suprema a ser denunciado. Al punto que tras rendir indagatoria ante la Sala de Instrucción fue cobijado, en agosto pasado, con detención domiciliaria, aduciéndose que podría obstruir la justicia en la investigación por manipulación de testigos que en principio se seguía a Cepeda y había terminado contra él.
Un terremoto político sin antecedentes y la peor derrota en todos los años, al mismo tiempo que se le confirmaba estar contagiado de coronavirus. Golpeado política y emocionalmente, asegurando que no había imparcialidad en su caso penal y que era inocente, el entonces senador renunció a su curul, pasando su proceso de la Corte a la Fiscalía. Luego, en octubre, una juez de control de garantías lo dejaría en libertad por no encontrar motivos para su detención, tras una ardua lucha jurídica. Y el viernes pasado, un fiscal delegado pidió la preclusión del proceso penal correspondiente, por no encontrar méritos de acusación. Preclusión que deberá ser avalada o desestimada por la juez 28 de conocimiento en los próximos días, cuando cualquier acción judicial quede realmente en firme y se desenvuelvan los recursos respectivos.
En tanto, desde que quedó en libertad, tras dos meses de reclusión domiciliaria, el expresidente Uribe ha alertado con un “ojo con el 2022” y ha activado una estrategia política para acrecentar la coalición que lidera, buscando tanto las mayorías en el Congreso como una nueva entrada a la Casa de Nariño, en agosto del próximo año.
¿Quién encabezará la lista al Senado del Centro Democrático, ahora que no está él en esa aspiración? ¿Cómo se escogerá al candidato presidencial del CD? ¿Qué papel jugará Duque? ¿Habrá finalmente una nueva coalición? ... Preguntas clave que, como ha pasado desde 2001, siguen girando, ya en el gobierno, ya en la oposición, entre victorias y derrotas, para amigos como para enemigos, en torno de quien ha sido el principal factor de la política colombiana de las últimas décadas: Álvaro Uribe Vélez.