El coronavirus está afectando a Maduro tanto o más que si lo padeciera en persona.
En efecto, los EE.UU han aprovechado la coyuntura para hacer realidad el plan preexistente de aplicar la “Máxima Presión en marzo”.
Tras un año de iniciativas erráticas que solo han conseguido robustecer al dictador, ahora tienen la oportunidad clara de ponerle punto final al problema.
A menos que todo el despliegue político y de fuerza que están haciendo se quede, nuevamente, en un bluff, esto es, en pura fanfarronería estratégica.
Y hay buenas razones para pensar que así podría ser.
En solo diez días, Washington lanzó perdigones por doquier.
Primero, tuvo la loable idea de fijar recompensas escalonadas por Maduro, Diosdado, Padrino, Márquez y Santrich.
Lo que pasa es que, en la práctica, resulta muy difícil pensar que los anillos de seguridad de cada uno de los concernidos fallen al mismo tiempo.
Por tanto, será improbable que los cazarrecompensas privados logren completar la tarea de modo integral y simultáneo como para que se produzca un cambio de régimen.
Segundo, lanzó la iniciativa complementaria de repotenciar la Campaña Naval Orión (que ya llega a la quinta fase) redoblando su presencia militar en el área con el apoyo de 22 países.
Presentada como una operación antinarcóticos ampliada, semejante movilización de recursos solo tendría sentido si, más allá de incautar unos cuantos kilos de coca, se convirtiera en la Operación Justa Causa # 2, o sea, en la nueva versión de aquella que en el 89 produjo la captura de Noriega.
Pero, tercero, y ahí radica el problema, entre una cosa y la otra se inventó un galimatías llamado Marco Democrático para Venezuela que, palabras más, palabras menos, desembocaría, en el mejor de los escenarios, en unas elecciones presidenciales, por allá a mediados del 2021, entre Guaidó ... ¡ y el mismísimo Maduro!
Dicho de otro modo, ¿qué sentido tiene todo lo antedicho si el dictador no es depuesto ahora y no se va en busca de refugio a La Habana, o a Wuhan?
O sea, si todo esto va a terminar en que Maduro, con su formidable aparato de intimidación paramilitar, vuelva a ganar las elecciones que siempre ha ganado, ¿Para qué tanta parafernalia judicial, diplomática y militar?
Claro está que el inventor de este Marco, el antes tan pragmático y ejecutivo Elliott Abrams, justifica su andamiaje aseverando que tales elecciones serían limpias y libres; pero es muy probable que esa historia ni siquiera se la crea él mismo.
Para terminar, ante tanta inconsistencia no es casual que muchos hayan llegado a pensar que, con todo esto, Trump tan solo busca fortalecerse electoralmente, o evadir el mal manejo que le ha dado a la Covid, o mantener intacto el prestigio norteamericano haciendo gala de su poderío en un momento incierto, pero, en todo caso, sin alterar el tablero de ajedrez en el Caribe.
En resumen, que todo esto no es más que eso: un bluff estratégico.
Entonces, ha llegado el momento de demostrar, de una vez por todas, que Washington (y de paso, Bogotá) sí pueden ir más allá de la blasonería, las baladronadas y la política de la fanfarria.