Bien interesante lo que ha ocurrido con el nombramiento de Patricia Ariza como la próxima ministra de cultura del presidente Gustavo Petro.
Interesante porque, a quienes verdaderamente conocen el medio cultural del país, pues no los tomó por sorpresa. Sin embargo, no muchos, sino muchísimos de quienes revolotean alrededor de la cultura inmediatamente formularon la pregunta:
¿Quién es Patricia Ariza?
Se pusieron en evidencia al revelar jamás haber puesto un pie en las salas de teatro. En las del centro histórico de Bogotá: el Teatro del Alacrán de Carlos José Reyes sobre la carrera 2ª, el Teatro Popular de Bogotá T.P.B. de Jorge Alí Triana, que estaba en la Jiménez con 4ª, el Libre de Ricardo Camacho y Germán Moure, en la calle 13 entre 3ª y 2ª y el Teatro de la Candelaria, de Santiago García y Patricia Ariza en la calle 12 entre 2ª y 3ª.
Necesariamente hay que agregar al listado de los pioneros de ese fenómeno al Teatro experimental de Cali T.E.C. de Enrique Buenaventura. Algunas de estas empresas, ya desaparecieron: en carta blanca solo sobreviven el Teatro Libre, La Candelaria y el Experimental de Cali.
En solo unas pocas manzanas de los centros históricos de Bogotá, y de Cali, se gestó la revolución cultural de los años 60. Cada institución teatral en el país, no vamos a mentirnos, es una sobreviviente. No es una palabra que se lanza, así, al desgaire. Es que los teatreros en Colombia están vivos de milagro. Es un hecho que el Establecimiento, por cuenta de las ideologías de la gente del teatro, se ha encargado de poner todo de su parte para desaparezcan esos focos de rebeldía. Por décadas las sedes de esos grupos fueron objeto de redadas y de la indiferencia del Estado: remember el Estatuto de Seguridad. Si un par de ministros de cultura han puesto sus pies en alguno de los teatros que he mencionado -seguramente Ramiro Osorio o Alberto Casas- no creo que haya un tercero. No hay que darle vueltas a eso: debe parecerles lobísimo.
Si hoy en día proliferan pequeños grupos de teatro, en Bogotá y en muchas ciudades colombianas, es por el ingente esfuerzo de esos pioneros. Ellos sí, gente de la Cultura.
Que no la han tenido fácil, repito, ni en el pasado ni en los tiempos que corren.
Por esas paradojas de la vida, paralelamente al desarrollo de esas organizaciones, a lo largo de las últimas décadas se ha fortalecido la maquinaria burocrática, la distrital y la nacional del ministerio.
Por el ministerio de Cultura, si hacemos de lado un par de excepciones, ha pasado de todo, políticos, grandes anfitrionas de festivales, reinas de belleza, señoras de malas pulgas, incluso en los últimos años aterrizaron aviones.
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Por eso el nombramiento de Patricia Ariza despierta tantas expectativas. Porque por primera vez llega al ministerio alguien que conoce la cruda realidad de la cultura desde adentro.
Es artista y es gestora. Es artista porque desde mediados de los años 60, por esas casualidades de la vida, se vio a sí misma convertida en asistente de dirección de Santiago García que, no mucho después la involucró en la fundación del Teatro la Candelaria. Ariza, en ese momento, ya tenía kilometraje por sus escarceos en el nadaísmo: “Había sido novia de Gonzalo Arango”.
Desde la fundación de La Candelaria el arte ha llenado por completo su vida. Por convicción terminó involucrada de cuerpo entero en la Corporación Colombiana de Teatro, en el feminismo, la poesía, la dramaturgia.
Lo interesante de su nombramiento es que llega a la cúpula de la burocracia donde, con absoluta seguridad, habrá tenido por décadas que humillarse con antesalas interminables y papeleos agobiantes para lograr unas migajas, del presupuesto de un ministerio que se da el lujo de despilfarrar cientos de miles de millones en obras faraónicas, o en empresas culturales absolutamente superfluas.
El reto que enfrentará no es de poca monta.
Para nadie es un secreto que los temas de gestión cultural no deben serle del todo ajenos: ha estado al frente, por casi 60 años, en La Candelaria, organizadora de festivales. Es decir, todo parece indicar que efectivamente sabe que dos más dos son cuatro.
Que ¿Quién es Patricia Ariza? Es una de las verdaderas protagonistas de la vida cultural de Colombia durante el último medio siglo.
Tiene todas las credenciales para asumir el cargo.
De que lo haga bien dependerá que su cartera deje de ser un despacho para entretener luminarias del jet-set criollo, lo que no tiene porqué extrañar: el, o la ministra, despacha desde una de las mansiones más bellas del centro histórico de Bogotá, el Palacio Echeverri, obra de Gastón Lelarge, en la carrera sexta, diagonal al Observatorio Astronómico y a la Casa de Nariño. Para acceder a su despacho hay que remontar escaleras que salvaguardan suntuosos vitrales y, cuando se está en su interior, es fácil creer que se está en el París decimonónico. Eso, desde luego, tendrá sin cuidado a quien lleva más de medio siglo recorriendo a pie las calles del centro histórico, un lugar que conoce como la palma de su mano.
Personalmente no conozco a la nueva ministra. Por años la veía, justamente caminando la carrera tercera, camino de su trabajo, o en el patio de La Candelaria o en escena.
Suerte ministra.
Si le va bien, le va bien a la cultura. Porque se trata de la Primera Ministra que proviene, cien por ciento, de las entrañas culturales de Colombia.