¿Camino al extremismo? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 8 de Julio de 2020
  • Petro y la desobediencia civil
  • Ahí van dejando el centro-centro

 

El llamado a la desobediencia civil, por parte del senador Gustavo Petro contra el gobierno legítimo de Colombia, es una demostración palmaria de la fragilidad política en que se encuentra. De hecho, llamar por ejemplo a no pagar las facturas de servicios públicos, en medio de la tragedia del coronavirus, es violentar abiertamente el Estado que supuestamente pregona defender. Al fin y al cabo, el único resultado efectivo de la propuesta es quebrar las empresas estatales en una actitud lesiva del interés general y del pueblo. Mejor dicho, es atentar contra todos los colombianos. Y de paso reconocer asimismo que, al adelantar las diferentes autoridades una política pública en favor de los más vulnerables, como se ha hecho, ello le quita espacio político. Lo cual es otro síntoma de su debilidad.  

Ya se sabe, sin embargo, que más allá de la llamada desobediencia civil, la pretensión cardinal consiste en seguir polarizando a la sociedad para sacar tajada de la discordia que se pretende suscitar. Es ahí donde radica la estrategia: producir la anarquía como formulación política para luego presentarse de redentor. En suma, el viejo truco del mesianismo. Conducta además que no es extraña en quienes tienden a matricularse en un extremismo aparentemente valeroso que, a su vez, es la pecera de quienes suelen sentirse incómodos y no hallan lugar dentro de los cauces democráticos soportados en las instituciones. Por el contrario, el valor está en defender las ideas y las convicciones dentro del escenario de la democracia y usar los instrumentos a la mano para lograr su aplicación. Lo demás son camuflajes que precisamente denotan la incapacidad para desenvolverse en la lid ideológica democrática.   

Desde luego, la democracia necesita siempre ponerse a tono con las necesidades de los tiempos, pero para lograr resultados en ese objetivo reformista es menester tener un temperamento adecuado al sistema de derechos y deberes, a los pesos y contrapesos del sistema, al balance de las libertades propias del engranaje democrático. En síntesis, estar inscrito en la democracia y tratar de orientarla, como líder, conlleva de antemano una propensión temperamental hacia lo democrático. Lo que no siempre es fácil, cuando hay tendencias autoritarias subyacentes.

Precisamente el talante de un demócrata se mide más que nunca en tiempos de crisis, como los de hoy. Para el caso de las tarifas de los servicios públicos, incluso para llegar a la condonación de los pagos correspondientes en los estratos de mayores dificultades, bastaría con presentar una ley al respecto y buscar las mayorías parlamentarias, con una dialéctica adecuada. Pero como ese no es, en realidad, el objetivo, sino el de producir un anarquismo estrepitoso, la causa pierde vigencia ipso facto. En ese sentido, no creemos en absoluto que morigerar la carga de los servicios públicos, en estos tiempos críticos, sea populista. De suyo, muchos, inclusive entre los más ortodoxos en materia de política económica, han hecho esa propuesta de hace tiempo y por su parte el Gobierno nacional en cierta manera la ha acogido en algunos de sus decretos. Una legislación de ese tenor no debería causar recelo, siempre y cuando no esté encaminada a sacar réditos politiqueros a partir de las angustias del momento.

De otro lado, la gran ventaja de quienes se deslizan paulatinamente hacia el extremismo es que van dejando el centro-centro a quienes quieran presentar un programa democrático de envergadura en las elecciones de 2022. El espacio está relativamente vacío puesto que es poco o casi nada, al menos por lo pronto, lo que se ha dicho entre los candidatos presidenciales in péctore, por ejemplo, en materia de las reformas represadas y la posibilidad de sacar adelante los temas por desarrollar de la Constitución de 1991, ahora que está ad portas de cumplir 30 años. De hecho, varios de ellos siguen atados a las elecciones del 2018 como si el horizonte no hubiera cambiado un ápice y mantienen la timidez ideológica para no molestar al electorado que consideran una propiedad inamovible. Igualmente, muchos quieren ondear la bandera de la educación o el medio ambiente, pero son muy escasas las propuestas en concreto sobre un modelo económico ajustado a las necesidades del cambio climático y el amparo de la rica biodiversidad colombiana. Y salvo por lo que viene adelantado el presidente Iván Duque bajo los criterios del Estado Social de Derecho, ocupando definitivamente el centro-centro a raíz de las apremiantes necesidades impuestas por el coronavirus, el debate público permanece anestesiado en cosas secundarias y personalistas.

Por fortuna, el Gobierno no ha caído en la desgastada fórmula del twitter para meterse en esas aguas procelosas. Por supuesto, lo que interesa es Colombia y no la enfermiza obsesión de algunos por el poder que los ha llevado incluso hasta el dislate de plantear la desobediencia civil cuando, al contrario de semejante exabrupto, lo que se requiere es la civilidad para superar la crisis entre todos.