“… Es duro ver que una corriente política que ha puesto cuatro de los últimos seis presidentes y que fue mayoría en el Senado en los comicios de 2014 y 2018 con el Centro Democrático, ahora esté reducida y arrinconada en el Congreso, no solo superada por el bloque de partidos de izquierda, sino ante una coalición gubernamental que cuenta en sus filas con colectividades que, como los conservadores o La U, antes militaban al lado del uribismo…”.
Ese crudo diagnóstico es de un experimentado dirigente del Centro Democrático que el miércoles pasado veía con cierto estupor y resignación la forma en que durante el acto de instalación del Congreso la bancada uribista era casi que acorralada por las nuevas mayorías parlamentarias de Senado y Cámara, manejadas por el Pacto Histórico, la coalición base del gobierno electo de Gustavo Petro.
“… El problema no es estar en la oposición… Ya lo fuimos entre 2011 y 2018, durante siete años del gobierno Santos y no nos arrugamos… Éramos oposición pero también, a la vez, teníamos la bancada más grande en el Senado y jugábamos fuerte en la Cámara… El problema ahora es que volvemos a la oposición pero somos la cuarta bancada en el Senado (13 escaños), empatados con los verdes, y la cuarta en la Cámara (16 curules)… Perdimos más de veinte plazas con respecto a 2018, y eso que se supone que éramos el partido base del gobierno Duque”, agregó el dirigente en charla off the record con un periodista de EL NUEVO SIGLO.
El retroceso político y electoral del uribismo es innegable. El expresidente y líder natural de la colectividad, Álvaro Uribe, lo reconoció tras los malos resultados en los comicios parlamentarios así como de los presidenciales, en donde el partido no tuvo candidato propio (Óscar Iván Zuluaga renunció un día después de las consultas interpartidistas del 13 de marzo) y luego no se jugó de frente por Federico Gutiérrez, en primera vuelta, como tampoco Rodolfo Hernández, en la segunda.
Y, como si lo anterior fuera poco, la debacle política y electoral del uribismo es mayor en la medida en que tanto en el Congreso como en la puja por la Casa de Nariño se perdió ante el que ha sido su máximo contradictor político e ideológico en la última década y media: el petrismo.
Peligro en regionales
Pero la preocupación no solo es por lo que pasó en las urnas y el nuevo mapa político en el Parlamento y la Presidencia, sino por lo que pueda ocurrir en los comicios de octubre de 2023, cuando se realizarán las elecciones para gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles. Una nueva debacle en la competencia por el poder regional y local pondría al Centro Democrático, según algunos analistas y voces al interior esa colectividad, en la peligrosa ruta de un marchitamiento político acelerado y quizá irreversible.
No hay que olvidar que en los comicios de octubre de 2019 se impusieron los candidatos de coaliciones partidistas o de movimientos independientes y de izquierda, sobre todo en las principales capitales. El uribismo, pese a ser la principal colectividad del Ejecutivo, no ganó ninguna gobernación y apenas arañó algunas alcaldías, la mayoría en alianzas. El propio exmandatario reconoció la circunstancia: “Perdimos, reconozco la derrota con humildad. La lucha por la democracia no tiene fin”.
Así las cosas, una de las metas del Centro Democrático desde el comienzo de este año era no solo mantener su bancada en el Congreso sino ganar directamente o en coalición la Casa de Nariño, con miras a que ese desempeño político y electoral fuera el viento de cola de cara a los comicios departamentales y municipales del próximo año, con el fin de recuperar ascendencia en el poder regional y local. Obviamente, tras lo ocurrido en las citas a las urnas de marzo, mayo y junio recientes, el panorama no pinta para nada bien.
¿Entonces?
Visto todo lo anterior, no son pocas las voces que están pidiendo una reingeniería urgente en el Centro Democrático. Para algunos dirigentes y varios de los ahora excongresistas es necesario empezar por un cambio urgente en la dirección del partido, lo que significaría relevar a Nubia Stella Martínez.
Sin embargo, se sabe que el expresidente Uribe respalda su gestión y mientras él no haga un guiño en contrario, no se producirá ningún cambio. Es más, para varios exparlamentarios y dirigentes de la colectividad considerar que Martínez debe ‘pagar por los platos rotos’ de los malos resultados electorales implica caer en la ingenuidad de desconocer que en el Centro Democrático las decisiones de fondo, al fin y al cabo, recaen sobre el exmandatario.
De otro lado, nadie niega en esas toldas partidistas que el proceso penal contra Uribe, que no solo lo llevó a prisión domiciliaria por algunas semanas en el segundo semestre de 2020, tras una orden de la Corte Suprema de Justicia, sino que paralelamente lo forzó a renunciar a su curul en el Senado para que las investigaciones en su contra pasaran a la Fiscalía, fue un factor determinante que explica en gran parte el mal desempeño del uribismo en las urnas. Prueba de ello es que pese a ser el máximo elector de la lista al Senado en 2014 y 2018, en marzo pasado no se candidatizó y tampoco tuvo un papel protagónico en la campaña presidencial de Zuluaga ni en la de los aspirantes antipetristas en la primera y segunda vueltas de la contienda por la Casa de Nariño.
Uribe, es claro, ha tratado que el Centro Democrático deje ese perfil caudillista y genere nuevos y atractivos liderazgos, sin conseguirlo hasta el momento. Claro, hay nombres fuertes como los del propio Zuluaga, Paloma Valencia o María Fernanda Cabal, pero ninguno tiene la suficiente ascendencia y peso político específico dentro y fuera de la colectividad para asumir el relevo de las riendas y convertirse en el jefe de la oposición al gobierno petrista.
Es evidente, también, que el saliente presidente Iván Duque está llamado a ser un jefe natural de la colectividad pero su nombre genera división entre los sectores más moderados y radicales del uribismo. Los primeros defienden su gestión de gobierno y consideran que es el perfil que se necesita para darle un nuevo aire a la colectividad y desamarrarla de la suerte de Uribe, pero los segundos advierten que, por el contrario, el Jefe de Estado que termina su periodo este 7 de agosto fue elegido por el uribismo pero no gobernó con las tesis y programa característico de un partido de centroderecha, lo que explicaría los retrocesos electorales del Centro Democrático en 2019 y este 2022.
Si bien algunas voces, hasta ahora aisladas y fuertemente replicadas, han insinuado que Uribe debería dar un paso al costado y ‘jubilarse’ debido al desgaste de su imagen y capital político y electoral, lo cierto es que, por el momento, ello no es posible porque el partido no tiene un líder lo suficientemente fuerte y con capacidad de convocatoria tanto de las alas moderada y radical de esa facción.
Y, claro, no faltan los que consideran que el problema no es de nombres sino de programa y conexión con las necesidades más sentidas e inmediatas del electorado. “... No se aprendió nada del retroceso político en los comicios de 2019 y tampoco se leyó bien el impacto de la pandemia en el elector… La seguridad ya no es la prioridad, como sí en las primeras dos décadas del siglo… Ahora, la corrupción, el desempleo y la inequidad social priman en el imaginario público y el uribismo no supo posicionarse en esos escenarios, le dio miedo soltar el discurso de paz y guerra, abanderar otras causas pese a tener ejecutorias para hacerlo… Se dejó encasillar por sus críticos en la centroderecha e incluso en la derecha, y allí perdió empatía con el electorado, que estaba en el centro y se sintió no representado por el partido… Ese fue nuestro error y lo pagamos caro”, precisó un exparlamentario.
¿Es posible una reingeniería de liderazgos, políticas y programa? Esa es la gran pregunta hoy en el Centro Democrático. Por el momento se ve mucha autocrítica pero no se sabe cuándo se pasará de los diagnósticos a los correctivos.