El auge de Javier Milei en Argentina, por demás entendible en un país encerrado en su economía corporativista, en la que esta semana se tomó la desconcertante decisión de cerrar las exportaciones de carne, también plantea una serie de interrogantes sobre el populismo y la tecnocracia, así como su relación con el carisma y las sociedades hiperpolarizadas que navegan en redes sociales más de 6 horas al día.
Para empezar, Milei está lejos de parecerse a Donald Trump o Jair Bolsonaro. El “Peluca”, como lo llaman sus seguidores, viene de la academia, cree firmemente en el dogma del libre mercado y carece de cualquier estructura política o económica detrás de su éxito. En cambio, Trump pertenece a la clase empresarial norteamericana y Bolsonaro hace parte de la política de los partidos de la derecha dura en Brasil. También ambos son favorables al proteccionismo y representan valores como la familia y la religión, mientras que el argentino vive con sus perros y su devoción es hacia los Rolling Stones.
De una forma más precisa es válido decir que Milei es más anti-establecimiento que los otros dos. Esta condición permite que, aunque hasta ahora sea un fenómeno electoral de unas primarias, se pueda analizar el tipo de populismo que práctica y sus repercusiones para candidatos tecnócratas como Patricia Bullrich, la candidata de Juntos por el Cambio, que también busca ser la alternativa frente al peronista Sergio Massa.
Como se ha dicho, Milei es populista en el sentido de su estrategia discursiva. Bart Bonikowski, académico de la Universidad de Nueva York, ha definido el populismo como una “estrategia discursiva empleada selectivamente por personas ajenas a la política en los extremos izquierdo y derecho del espectro político para desafiar el statu quo político”. El “Peluca” divide a la sociedad argentina entre “casta” y “argentinos productivos” y de ahí se deriva su potente mensaje libertario, que busca eliminar el establecimiento corporativista y reemplazarlo por la micro gerencia y la privatización.
Si es o no verdad que Argentina está secuestrada por el corporativismo, no es motivo de debate. Sindicalistas, políticos y burócratas se han beneficiado de un sistema corrupto e inmoral, capaz de llevar a la pobreza un país que otrora llegó a ser la economía más fuerte del mundo. Pero el punto es el tipo de alternativa que Milei ofrece. Para el analista argentino Carlos Pagni, en La Nación de Buenos Aires, “(él) no representa el fin del populismo, es cambiar un populismo por otro”.
En un país cansado del populismo peronista -que ha tenido facetas de izquierda y derecha-, ¿Por qué el populismo de Milei es tan atractivo? ¿Por qué la alternativa republicana de centro-derecha de Bullrich atrae menos al electorado?
De estas preguntas surge una primera respuesta. La candidata del PRO ha militado en casi todas las fuerzas políticas desde los años 1970. Perteneció a Los Montoneros, estuvo largo tiempo en el peronismo y, después, se unió al proyecto opositor de Mauricio Macri, y gobernó con él. “Es más de lo mismo”, diría Milei en sus mítines acompañado de la canción “Panic show” de la banda de rock argentino La Renga.
No es esto, sin embargo, lo que explica principalmente el auge del candidato libertario. Una potencial respuesta está en su especial conexión con el electorado a través de un cargado discurso a favor de la libertad y el orden, que se cataliza con un hombre carismático. Es en esta mezcla de elementos en la que se encuentra posibles explicaciones de su distancia con la candidata del PRO.
- Le puede interesar: Huracán Hilary se degrada a categoría 2 en el noroeste de México
Carisma y tecnología
Una vez más el carisma, olvidado en política electoral muchas veces, juega un papel primigenio para comprender el fenómeno Milei. Sobre todo, si se conecta un líder carismático con populismo, algo que Max Weber, en la “política como vocación”, describió como “el uso del pathos y el carisma para desatar una oleada de emoción”.
En un interesante análisis, el economista estadounidense Hyman Minsky propone un esquema para entender la conexión entre el carisma, la emoción y el populismo. Lo llama “el ciclo crediticio”, que consta de cuatro etapas: “un desplazamiento inicial, fases de auge y euforia, recogida de beneficios y una fase de pánico”.
A dos meses de la primera vuelta presidencial en Argentina, el panorama electoral muestra una fase de auge y euforia potencializada por las condiciones críticas del país: dólar blue (oficial) en precios históricos, hiperinflación, crisis en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la muerte de un niño de 11 años. Son temas que Milei domina, sobre todo los económicos. Surge entonces una simbiosis entre crisis, carisma, populismo y elecciones.
La fase de auge y euforia no se completa sin el aparato mediante el cual Milei y sus seguidores enganchan a millones de argentinos: las redes sociales.
Sobre este tema Minsky dice que “la innovación tecnológica permite un agresivo tsunami emocional, en el que Twitter y Facebook, YouTube, se movilizan con efecto devastador”. Se graban “mítines carismáticos” para la posteridad del consumo masivo de los internautas, en especial lo de contenido negativo. Los tuits con un tono negativo o una carga afectiva alta tienen mayor tasa de compartir que los de tono neutro, han encontrado Joseph Stiglitz y Dang-Xuang.
La tecnocracia insoluble
A Patricia Bullrich en todo caso se le puede catalogar como una clásica candidata técnica. En el gobierno de Menem, fue ministra del Trabajo, después pasó por otros varios cargos públicos hasta convertirse en la ministra de Seguridad de Macri. Su carrera acredita cualquier aspiración presidencial, más en un país donde el sentido de lo técnico se desprecia ante compromisos burocráticos con los sectores del peronismo.
La candidata, sin embargo, representa a las “élites” y es señalada por Milei de ser parte del problema. Por más créditos -la votación lograda el domingo en las primarias lo demuestra (17%)- Bullrich es lo que el profesor de la Universidad de Columbia, Sheri Berman, en “Populismo es un problema. Tecnócratas no son la solución” (traducido del inglés), parte de las “élites políticas decadentes”. “Es imposible responder a un problema si no se reconoce esta decadencia”, dice.
El dilema, entonces, está en elegir un candidato reformista que al mismo tiempo sea carismático y represente una bocanada de novedad electoral. No sólo Argentina enfrenta este desafío. Las democracias occidentales con pocas excepciones -Alemania, Francia y Uruguay- no han encontrado esta fórmula, y ven sin cesar el auge de líderes populistas que parecen, como Milei, difíciles de frenar.