Hay grupos cerrados donde se excluye al que piensa diferente, matonea al disidente y amenaza al que llame a la cordura. Nueva entrega de alianza de EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría
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Freud decía que las masas entre más grandes fueran más infantilmente se comportaban. Sin que importe lo que el creador del psicoanálisis entienda por infantil, es claro que los grupos, donde sus miembros no se conocen, tienden a ser muy pasionales; a establecer bandos de pertenencia o de exclusión; y donde un mínimo ruido o movimiento genera olas que se multiplican y generan fenómenos que pueden arrollar a los que se resistan a su fuerza.
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Hoy las redes sociales son el mejor ejemplo de cómo se comportan esas masas, que operan como enjambres buscando aguijonear los peligros reales o imaginarios. En las redes sociales cada día se crean grupos cerrados donde se excluye al que piensa diferente, se matonea al disidente y hasta se amenaza al que haga un llamado a la cordura. Esta histeria colectiva hace sentir que el pertenecer a una masa, que acaba homogenizando un particular discurso, es la mejor prueba de que la verdad nos pertenece, que nuestra causa es la única justa y que se justifica, por la nobleza de los ideales que nos identifican, agredir, amenazar y destruir la honra ajena. La masa cree poseer la verdad, los estandartes más nobles de la humanidad y la licencia para destruir la honra y la dignidad de aquellos que no pertenecen a ella.
Cual enjambre de abejas, o jauría de lobos, todos los miembros de una masa, se dirigen a picar, o a morder, al que su líder señale como su enemigo. Los líderes paranoicos saben sentir estas olas emocionales y surfean en sus crestas dejando que ellas mismas, en muchas ocasiones, creen círculos concéntricos donde se anegan las dudas. Basta a veces que alguien dentro de esa masa amorfa lance una acusación, o exprese algo de manera adjetivada, para que cientos de miembros de este enjambre se dirijan hacia su nueva víctima.
Riesgos
Por desgracia grupos tan enormes se mueven por alaridos, quejas, lamentos o acusaciones denigrantes, ya que es imposible que se escuchen los argumentos silenciosos. Estos grupos son bazares donde los gritos acaban creando ondas expansivas que consumen los vientos mansos.
Las redes sociales remplazaron esos momentos donde la gente sobre un bulto de papas podía destilar sus amarguras, sus quejas y sus pesadas impotencias. Antes, con varias cervezas encima, los vecinos podían presumir de sus amplias dotes y cualidades en el arte del discurso; podían presumir de su viveza y denigrar de todos los poderes oscuros a los que responsabilizaban de su vida oscura, de nuestra cultura del atraso, y hasta de no estar sentados sobre taburetes normales, como dios manda. Las culpas se presentaban como explicaciones, las quejas tomaban forma de análisis “críticos”, y los lamentos se adornaban de chismes. El gobernante de turno se llenaba de historias que tenían que ver con su turbia vida sexual (lo que era motivo de humillación iba cambiando con los tiempos), con un pasado familiar oscuro, o con las infidelidades de su mujer. Casi todos los personajes de poder se adornaban de homosexualidad, de pusilanimidad, de locura, o de cualquier cosa que convirtiera la impotencia y la amargura de una vida mediocre en risa. La ridiculización del poderoso era un purgante que eliminaba los parásitos que inundaban las vidas cotidianas.
Ahora el bulto de papas se remplazó por un teclado, donde ya el interlocutor no impone esos límites que podían llevarnos a los puños. Ahora son miles de contertulios anónimos que se meten a una ola que crece en la medida en que todos acompañen su rítmico bamboleo. Este armónico movimiento puede crear ondas enormes que arrastran cuanta persona o dignidad se encuentren a su paso.
La amargura, la cultura de la queja, las maneras ligeras de hablar de la política y nuestra necesidad de ridiculizar y humillar al poderoso se magnifican en esas cajas de resonancia, que son las redes sociales. Un simple chiste se convierte en un chisme de proporciones astronómicas. Una mentira adquiere el carácter de verdad absoluta por la fuerza de miles de voces que fungen como teléfonos rotos. Un debate inocente se convierte en causa de cruzados que buscan blandir su espada ante improvisados Sarracenos.
Sin prudencia
Pero esta caja de resonancia no solo convierte en ruido y alarido lo que puede ser apenas un susurro argumental, sino que además ensordece a esas voces internas que en nuestra cotidianidad son llamados a la prudencia. Ya no solo las redes sociales crean olas de difamación y de calumnia, sino que además generan en la gente la sensación de pertenecer a sectas que se han ungido de la clarividencia, de la verdad, de la justicia y de cuanto ideal noble haya inventado la humanidad. Los grupos políticos han creado jaurías que creen que sus colmillos son apenas banderas llenas de amor y de paz. Todos adquieren la venia de su particular profeta para morder a cuanto opositor, o contrincante político se les ocurra, ya que sus colmillos son apenas reclamos para que adquieran esa luz que solo a ellos acompaña.
Las maneras de hacer y de discutir sobre política reflejan nuestra historia de violencia y porque nos es tan difícil salir de esos círculos viciosos que nos han condenado a destruirnos durante cinco décadas. Nuestras formas de humillar al contrincante, de creer que el hablar de política se reduce a esgrimir unas banderas de pureza que creemos solo nosotros portamos, al igual que creer ciegamente en caudillos que nos muestran los caminos de un nuevo paraíso donde se habrán de cortar las cabezas de todo lo que impida su realización, es solo una de las formas en que nos vemos reflejados.
Nuestros políticos y nuestra manera de ver la cosa pública es lo que nos merecemos. Con seguridad los políticos solo son la cresta de esa ola, sobre la que circulan y la que ya no pueden controlar. Es nuestra cultura la que debe ser pensada, para que nuestros debates no sean las nuevas maneras de generar violencia y para que no se posen sobre nuestras miserias los carroñeros que nos incitan a pelear sobre cadáveres y sobre dignidades muertas.
* Psicólogo, doctor en Filosofía. Experto en desarrollo moral y desarrollo cognitivo. Profesor Universidad Nacional de Colombia.