Albert Camus estuvo en Menorca. Muchos se sorprenderán por este dato, que no aparece en sus biografías. Recorrió la isla, conoció al dueño de una tienda que vendía desde ron hasta periódicos, vivió un romance con una mujer que parecía elevada por la Tramontana, el viento balear. Camus se encontró en sus raíces al recorrer las calles sobre las que había caminado su abuela y al despejar de hojas las tumbas de sus ancestros. No quedó rastro de sus pasos. No. Salvo en Albert Camus y su viaje clandestino a Menorca.
El escritor Mario Jaramillo aborda en su última novela la figura del autor de "La peste", uno de los libros más leídos en estos tiempos de pandemia. Acaba de ser publicado en España por Mochuelo Libros, en edición de lujo, con ocasión de las "Trobades Literàries Mediterrànies Albert Camus". Se trata de unas jornadas celebradas en Menorca, la isla mediterránea donde nacieron los antepasados maternos del escritor y a donde acudieron expertos en este reconocido autor.
En Colombia, la novela es publicada por esa misma editorial, en coedición con Taller de Edición Rocca. El libro, que ya va por la tercera edición en España, fue presentado en Mahón, capital de la isla, por la escritora francesa Margot Vanbert.
EL NUEVO SIGLO reproduce en exclusiva algunos apartes del encuentro, que culminó cuando uno de los asistentes dijo: “Es el libro que le habría gustado leer a Camus”.
Cuando asistí a las "Trobades Literàries Mediterrànies Albert Camus", en San Luis, Menorca, disfruté de cada conferencia y charla sobre él, el Mediterráneo, la noción de libertad, el absurdo. Al mismo tiempo en la Sala Polivalente Albert Camus de esa ciudad menorquina, donde se celebraba tal evento, Mario Jaramillo tuvo la inspiración inmediata de lo que debía crear y el resultado ha sido "Albert Camus y su viaje clandestino a Menorca", un libro conmovedor, como son los viajes de aventuras. Cuando me enteré de su existencia, lo compré enseguida. Quería saber cómo fue ese viaje.
Mario cuenta esta historia en tres partes. En la primera de ellas se pregunta quién es Albert Camus. Contesta con siete respuestas sobre los siete absurdos (tema predilecto de su teoría) de su vida: las experiencias incongruentes del comunismo, el amor a Argelia, etc.
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En la segunda parte, crea un personaje, símbolo de la amistad. Camus y él se hacen amigos del alma y discuten sobre filosofía, escritura, Dios, el amor. Es una persona mayor, entrañable.
La tercera parte es la descripción del viaje de siete días, acompañado de una historia de amor fulgurante. Aparece una mujer menorquina encantadora, de la que Camus se enamora. Era un romántico. Y se produce, al mismo tiempo, un crimen que resolverá con su amigo. Un enigma que nos lleva a un interesante final.
La visita del escritor a España estaba vedada por el franquismo (primavera de 1958) y para pasar de incógnito en Menorca su amigo le dio el nombre de Cardona. Ambos pasean, charlan, comen y beben vino. Camus va descubriendo lo que es comida, vino, tierra, cielo, mar y se va encantando. Son paseos secretos: el escritor no era una persona grata en esa época.
El libro resulta ser la felicidad de encontrar a un Camus en carne y hueso paseando por Menorca. Hablan de la tramontana, el sabor salado en la boca y el infinito azul en la mirada.
Camus, descendiente de emigrantes menorquines, visita su isla, sus raíces. ¿Cuál no es el dolor de los que se ven forzados a huir de la pobreza, dejando abandonados a sus muertos? Camus va a visitar los cementerios. Es el punto culminante de la novela. Allí llora sobre lápidas con nombres y apellidos como los suyos: Cardona, Pons, Sintes. Apellidos que también se fueron a Argelia. Al leer los epitafios, Menorca está entrando en Camus. Camus libera aquellas almas de los cementerios, almas que se habían quedado encerradas aquí, mientras la familia de Camus se marchaba a Argelia.
Leo el siguiente texto de la obra, donde evoca el Sintes, segundo apellido de Camus: “Atraído por la multitud de sepulturas en cuyas lápidas aparecía el apellido Sintes, dedicó tiempo a cada una de ellas. Era como un rito sagrado, de devoción al hombre, certero en el respeto. Cuando hallaba polvo sobre ellas, les pasaba un pañuelo blanco, como si quisiera limpiarles el alma”.
Camus decía que él, de niño, vivía en una comunidad con muchos menorquines, todos muy pobres, pero muy solidarios. Nunca se sintió solo. En cambio, cuando pasó a París, se encontró con una élite intelectual difícil, cerrada, y conoció la soledad. Era un argelino. Un pied-noir, el hijo de un colono europeo en Argelia, una condición insultante, a pesar de que muchos de ellos, en una especie de revancha, triunfaron, como el propio Camus. No se le consideraba, pues, un francés, aunque lo fuera. Todo esto se palpa en el libro de Mario.
Camus fue un hombre sencillo, a pesar de su estatura literaria. Mario lo pone a hablar en el libro también de manera sencilla. Como era él. Como llegó a tanta gente con sus obras. Fue, además, un hombre inseguro. Esto le viene de haber sido tratado despectivamente en París, por intelectuales que siempre le dijeron que no tenía razón. Y salir de la felicidad argelina a un mundo hostil le produjo inseguridad. Le causó una herida.
Cito, finalmente, un maravilloso párrafo de la novela: “Eso que siente no es culpa suya. Tal vez sea la luz. O que Menorca, sin que uno lo sospeche, lo pone patas arriba y después le da un golpe en el hombro para que caiga en la cuenta de que no se puede entender a sí mismo salvo que mire al acantilado de la existencia. Hacia el otro mar. Tal vez sea verdad lo que me dice, contestó Cardona, y repitió dos veces 'hacia el otro mar', como si emprendiese una hazaña suspendida en el espacio de lo inesperado”.