Los primeros instrumentos fueron de percusión y seguramente el primero de todos fue el cuerpo humano. No hace falta ser antropólogo ni arqueólogo para deducirlo. El niño en el regazo de la madre manifiesta su agrado con el aplauso y ella, encantada, se encarga de enseñarle a hacerlo rítmicamente.
Las primeras manifestaciones musicales fueron fundamentalmente rítmicas, para acompañar la danza primitiva que es la manera como prácticamente todas las culturas antiguas intentaron buscar una comunicación con la divinidad. Con el tiempo, miles de años, las cosas se fueron haciendo más y más complejas hasta lograr el milagro de la fusión entre el ritmo, la melodía y la armonía que es la trilogía esencial del arte sonoro.
Curiosamente, o por la razón que sea, la percusión, o mejor, los instrumentos de percusión no han perdido esa esencia seductora, medio mágica, de sus orígenes y por eso se los percibe como lo más moderno que puede existir.
Por eso resultó tan novedoso y original el IV de los conciertos del convenio entre la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Museo de Arte Moderno. Porque todo se concentró en el universo de los instrumentos de percusión. Quizás por lo mismo ha sido de los encuentros trascurridos el que más manifestaciones de aprobación suscitó en el público presente en los salones del museo la mañana del 26 de septiembre, último domingo del mes.
Un buen programa
El programa, sus alcances y su estrategia, como se dice ahora, estuvieron diseñados con precisión de relojería. Evidentemente los músicos no desaprovecharon la oportunidad para enaltecer su trabajo, el rol que cumplen dentro de una orquesta y aprovecharon a tope la ocasión para compartir el universo infinito de su mundo, que va desde los tambores, en todas sus formas, hasta llegar al piano, que según Stravinski es uno más de los instrumentos de percusión, seguramente el más sofisticado de todos. Porque se trató, además, de un concierto didáctico, de conocer los instrumentos, sus características, su timbre, su color y sus posibilidades. Fueron presentados uno a uno, en el lenguaje más sencillo posible.
Lo mismo ocurrió con el programa, que fue una mezcla de obras de diferentes autores, pero, con una especie de constante en la interpretación de una serie de arreglos, encargados hace ya unos años por la Filarmónica a Jesús Pinzón Urrea, una selección de clásicos de la música popular colombiana, léase, La gata golosa de Fulgencio García, Mi Buenaventura de Petronio Álvarez, el Galerón llanero de Alejandro Wills y la Cumbia cienaguera de Esteban Montaño; los arreglos de Pinzón, por un lado, más que arreglos en el sentido tradicional de la palabra, son en realidad variaciones y de paso testimonio del dominio que poseía el compositor del medio instrumental, es decir, de la percusión. No sería exagerado decir que, por su imaginación, son obras maestras, por suerte interpretadas, no exagero, magistralmente. A este capítulo del programa habría que agregar Onomá de Francisco Zumaqué.
La experiencia se inició, puntual al filo de las once de la mañana con A la Ñáñigo de Mitchel Peters. Entreveradas con las piezas de Pinzón, se oyeron Theatric nº1 Escondido a plena vista de Casey Cangelosi, Wood, metal, skin de Josh Gottry, obra que los músicos aprovecharon para un despliegue de buen humor y Anba, Danza de la brujita negra de Nobojsa Zivkobvic.
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El concierto se prolongó más allá del programa oficial, porque el público no parecía muy animado a abandonar el Mambo, así los encores se fueron multiplicando.
Los intérpretes: William León, por cierto, gran expositor, Rositsa Petrova, Santiago Suárez, Diana Melo, Víctor López y Sergei Sichkov. Salvo el caso de Sichkov, que es el pianista oficial de la Orquesta, los demás son miembros del grupo de percusión de la misma y, León, es el jefe de grupo.
Una grata mañana de aprendizajes. En especial para quienes puedan no tener en consideración el rol de estos instrumentos en la orquesta, la importancia, por ejemplo, del sonido de los timbales, la claridad con la cual el sonido del triángulo debe atravesar toda la textura del sonido, la limpieza del golpe de los platillos.
En el transcurso de la mañana el mensaje llegó, una vez más, con absoluta claridad al auditorio: lo contemporáneo no es inalcanzable y muchísimo menos aburrido.
Desde luego también sobre el tapete dos temas que son una de las obsesiones de dos de los protagonistas de estas jornadas, Claudia Hakim, la directora del Mambo, y David García el de la Filarmónica de Bogotá: Claudia está empeñada en su lucha por hacer realidad algo que la obsesiona, que el Museo es de todos, David por su lado cree, como si de un dogma de fe se tratara, que la Filarmónica debe educar.