Los primeros 100 días de gestión del presidente Gustavo Petro han progresado bajo la sombrilla de una crítica situación internacional, un entorno nacional determinado por la incertidumbre y un estilo de gobierno que ha resultado una incógnita para los colombianos.
En efecto, en un mundo que se desenvuelve en medio del agudo tránsito de la pandemia a la pospandemia (además de las imprevistas consecuencias de la invasión rusa de Ucrania) la nota predominante en el plano internacional, desde la posesión de Petro a hoy, ha sido el drástico cambio de una política de expansión monetaria a una abiertamente restrictiva. Lo anterior con el fin de controlar el recalentamiento económico mundial e intentar dominar la inflación causada por el exceso de liquidez, como ha sido la constante en la mayoría de los países, incluida Colombia, al elevar de modo fundamental las tasas de interés crediticias y tratar de comprimir el consumo.
De este modo, la economía colombiana está en el camino de pasar de un crecimiento sustancial dejado por el gobierno precedente, por vía de la expansión monetaria (con base entre otras de disparar el endeudamiento estatal) y con el fin de contrarrestar las cuarentenas y luego reactivar la economía, a un escenario de evidente desaceleración, inclusive con algunos pronósticos recesivos señalados por las autoridades oficiales para el próximo año.
No es de sorprenderse, por tanto, con que la principal preocupación de los colombianos en estos primeros 100 días del gobierno Petro sea de lejos todo lo atinente a la economía, comprendida en ella la inflación, la devaluación, el desempleo y las demás variables relativas a este tema crucial.
No en vano, tanto la devaluación como la inflación están en índices históricos, lo cual sigue siendo un reto para el gobierno. De hecho, la desbordada cotización del dólar frente al peso ha sido motivo, de una parte, de las circunstancias económicas adoptadas en Estados Unidos, fortaleciendo su moneda, pero de otra de las intempestivas declaraciones del gobierno colombiano que han incidido negativamente en un asunto tan sensible y que marca de manera preponderante en las encuestas.
Incluso, el propio Petro terminó por aceptar que la cotización del dólar “cambia con un estornudo”. Lo que a la larga y en el fondo significa que la suerte colombiana está atada a mucho de lo que ocurra en el devenir planetario y del manejo interno frente a la evolución mundial.
De suyo, ante el fenómeno de la inflación colombiana también es dable decir que ella fue suscitada en cierta medida, y aparte de las repercusiones internacionales, por la administración de Iván Duque en los criterios que tuvo en el aumento del salario mínimo, sin reparar en el espejismo suscitado por la expansión monetaria temporal que, como era de presumir, podía llevar a una contracción posterior.
El escenario nacional
Por su parte, los primeros cien días del gobierno Petro fueron determinados, en principio, por la forma como llegó a la presidencia. Efectivamente, en una campaña en la que se mantuvo en la cresta de los sondeos, Petro nunca encontró un rival de consideración que le hiciera contrapeso entre los cuarenta aspirantes que, de una u otra manera, intentaron presentarse en la justa hasta decantarse el espectro político, en la segunda vuelta presidencial, en un candidato independiente impredecible como Rodolfo Hernández quien, si bien obtuvo 10,6 millones de votos frente a los 11,3 del nuevo mandatario, abandonó casi de inmediato el escenario, dejando huérfano de liderazgo semejante caudal electoral.
Luego Hernández, no solo renunció a su curul automática de Senado, sino que hizo caso omiso del ámbito nacional, aparentemente refugiándose en la política regional de Santander, pendiente por lo demás de un viejo pleito judicial cuando era gobernador.
En tanto, el presidente electo anunció un Acuerdo Nacional cuyos efectos reales no pasaron posteriormente de las cuotas burocráticas en un gabinete asociado con los partidos tradicionales que lo habían atacado en campaña, con un ala preponderantemente liberal (en sus diferentes facciones) y un sorpresivo remanente en la bancada parlamentaria conservadora, entre otros declarados de nuevos oficialistas de un gobierno presentado como de izquierda.
Logrado el deslizamiento y fácilmente controladas las mayorías en el Congreso, solo una de las bancadas (Centro Democrático) se declaró en oposición, no obstante, invitando Petro al jefe natural de ese partido, el expresidente Álvaro Uribe, a algunos encuentros de los que, por ejemplo, han salido políticas como la compra por parte del Estado de millones de hectáreas para entregarlas a los campesinos que han tenido buen recibo en las encuestas. Incluso, podría decirse que mientras el gobierno se ha demorado en tomar forma, todavía más la oposición, pese a que en el Congreso algunas figuras del Centro Democrático y también de la bancada independiente de Cambio Radical han intentado tomar la delantera y otras por fuera del hemiciclo.
Así las cosas, en estos primeros 100 días Petro ha contado, no solo con su fuerza política, sino con un panorama político relativamente despejado para llevar a cabo sus propuestas. De hecho, antes que Acuerdo Nacional ha recurrido más bien a lo que en alguna época llamó el “pactismo” (de donde viene el nombre de su partido: Pacto Histórico, más allá de la táctica para alinderar la izquierda).
Bajo esa premisa, Petro ha producido pactos sorpresivos con sectores específicos representados en los gremios, como en el caso ya dicho de las tierras para los campesinos cuando a los efectos firmó un convenio con la Federación de Ganaderos (Fedegan), sector tradicionalmente asociado con la derecha dura colombiana y el interlocutor que menos se pensaba. También hizo lo propio con los gremios de la energía a fin de buscar una rebaja en las tarifas de servicios públicos.
Sin embargo, no se sabe si el gobierno Petro recurrirá a ese “pactismo” como fórmula para otras actividades como la concertación del salario mínimo o la reforma de salud (suspendida hasta el año entrante), aunque de antemano pareciera que la realización del Plan Nacional de Desarrollo apunta a esa vía a partir de los llamados y difíciles diálogos regionales vinculantes. En todo caso, su idea primordial es la preminencia del Estado como articulador único de las fuerzas económicas, bajo los criterios de la académica italiana Mariana Mazzucato.
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El nerviosismo
Pero, del mismo modo, los primeros cien días de Petro han estado determinados por la coyuntura, un marcado y beligerante tono discursivo y muchos anuncios gubernamentales más que decisiones concretas, generando un clima de incertidumbre por la demora y dificultad del Ejecutivo para fijar el rumbo de la nación.
Debates completamente innecesarios o que han ayudado a la confusión como la tesis del “enemigo interno” cobraron suma importancia en boca de Petro. Muchas veces en el país se ha dicho que la proclividad hacia el “santanderismo” (la tramitología) o la “dictadura de los mandos medios”, según decía Alfonso López Michelsen, perturban la marcha del Estado. Pero la tesis adicional del “enemigo interno”, dicha por Petro contra los funcionarios estatales, puso los pelos de punta (se interpretó contra su propio ministro de Hacienda).
Todavía peor ocurrió con la idea del “decrecimiento económico”, en momentos de tanta incertidumbre para la economía, al igual que la salida de echarle toda la culpa del tema de la devaluación a Estados Unidos o la salida en falso de no votar contra Nicaragua por violar los derechos humanos dizque como aliciente para que en esa dictadura se liberaran los presos políticos.
Tampoco contribuyó a la serenidad la insinuación de afectar la autonomía del Banco de la República, ni tampoco la de la Comisión Reguladora de Energía y Gas (Creg).
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Igualmente, Petro adoptó el cambio de la junta directiva de Ecopetrol y luego maniobró de forma atropellada para remover al presidente de ella recién elegido. Una tormenta creada por las órdenes confusas del propio Gobierno, además en el marco de una propuesta general de transición energética cuya lesiva incidencia sobre el futuro de las finanzas públicas aun está sobre el tapete, a pesar de supuestas morigeraciones. Aunque existe consenso nacional en la necesidad de dar un viraje a la política de los hidrocarburos y el carbón, para enfrentar el cambio climático, existen discrepancias en su gradualidad y la eficacia real sobre la reducción de los gases de efecto invernadero a nivel mundial. Inclusive, Petro llegó a comprar la cocaína con la gasolina ante los ojos del mundo. A no dudarlo, él se lo cree.
En pocas palabras, todo lo anterior dejó en los primeros 100 días una sensación de desorden ante las políticas públicas, incluso condimentada con la afectación de la agenda del propio presidente Petro a raíz de los incumplimientos constantes, muchas veces sin razones de peso conocidas, o con polémicas como algunas compras estrambóticas en la Casa de Nariño.
El norte político
En ese panorama, el norte del gobierno Petro parecería difícil de dilucidar en los primeros 100 días. No obstante, salta a la vista que, dentro de la aplicación del Estado Social de Derecho señalado por la Constitución colombiana, ha hecho énfasis en su particular visión del primer aspecto y cambiado las nociones del segundo elemento, en especial, los factores conceptuales de la seguridad.
De esta manera, si hubiera que definirse el espectro ideológico y gubernativo de la administración Petro en estos primeros 100 días, podría concluirse que las políticas y programas que ha empezado a delinear se enmarcan más dentro de la llamada socialdemocracia, uno de cuyos cánones esenciales radica en la preponderancia inobjetable del Estado en la economía, altas dosis del asistencialismo que ya venía de la administración anterior y prevenciones ante el sistema de mercado y la iniciativa privada.
En estos primeros 100 días, todo el esfuerzo gubernamental estuvo dedicado a sacar avante una reforma tributaria que finalmente logró situar en la suma nunca vista en la hacienda pública colombiana de 80 billones de pesos para los cuatro años, sin tocar las exenciones del IVA, con una carga fundamental sobre el sector minero-energético donde se concentró el debate y que en parte se motivó en compartir los excedentes dados por el ascenso en los precios internacionales del petróleo.
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Por otro lado, el gobierno reincorporó el impuesto al patrimonio a partir de un monto determinado, subió las imposiciones a las empresas y las personas naturales, incrementó las cargas sobre la ganancia ocasional y modificó los deducibles en las declaraciones de renta. El grueso del Parlamento lo acompañó en sus disposiciones y al final se escuchó un atronador aplauso en el recinto. La reforma, en efecto, salió adelante, como se dijo, en medio de un escenario complejo de disparada inflacionaria, altibajos del dólar, desaceleración productiva, altas tasas de interés y asomo de recesión a corto plazo. Ahora habrá que esperar si hay consecuencias sobre la inversión, el empleo, el aparato productivo y el mismo recaudo, como no pocos advirtieron y algunos vaticinaron como preludio de la debacle económica.
En este caso, más que “pactismo”, el gobierno Petro prendió la aplanadora parlamentaria y entabló una pelea con el presidente de la Andi, Bruce MacMaster, al que acusó de interlocutor no válido. No obstante, en algunas encuestas de los primeros 100 días los empresarios fueron calificados con altos registros de favorabilidad.
De otra parte, queda por decir que al menos se adoptaron por fin las reglas del juego tributario, luego de tanta incertidumbre y bandazos. Asimismo, al tenor de lo dicho por el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, la reforma no se irá toda al gasto, sino que una parte se destinará a contener el déficit fiscal y pagar la deuda. Aunque al mismo tiempo Petro ya sugirió que flexibilizará la Regla Fiscal, por el momento no ha dado muestras de apuntar a una moratoria en el pago de la deuda pública o de emitir dinero en el Banco de la República como alcanzó a decirlo en campaña. Por lo pronto solo ha pedido cruzar deuda para fondear la protección de la cuenca amazónica, con poco recibo en el ámbito internacional.
En materia de subsidios, se temía que el nuevo Gobierno los ampliara, pero, de hecho, anunció un recorte al Ingreso Solidario y una focalización más puntual del mismo, no obstante, incrementando las mesadas en otros programas. Por su parte, procedió a aplicar el aumento en el valor del galón de gasolina, ya que el déficit del Fondo de Estabilización de Precios de Combustibles es insostenible y también necesita saldarse.
En el otro flanco del Estado Social de Derecho, Petro ha adoptado los criterios de la denominada “seguridad humana” debatidos por la ONU, en 1994, sin que ello haya tenido un carácter oficial, pero que le valió una gigantesca remoción de generales y oficiales de las Fuerzas Militares y de Policía.
Bajo esa perspectiva, también dedicó sus primeras semanas a lo que la gran mayoría de candidatos habían prometido de entablar diálogos con el ELN, intentó abrirle, hasta el momento sin éxito, estatus político a los reincidentes de las Farc y mantiene la idea de un tratamiento diferencial con los actuales clanes y bandas comercializadoras de drogas ilícitas para la entrega de sus armas y el sometimiento a la justicia.
Sin embargo, tuvo que dejar de lado la posibilidad de dar alivios penales, indultos o amnistías a los detenidos de la llamada ‘primera línea’ luego del vandalismo en el paro de 2021; cuando sugirió que decretaría un freno en la extradición ha firmado varias; y también continúa con la erradicación forzada de cultivos ilícitos en los casos de sembradíos industriales en pleno auge.
De otro lado, la reapertura de relaciones con la dictadura venezolana se ha presentado como un hecho cumplido, lo que en el papel es cierto, pero en el ejercicio cotidiano no ha tenido efectividad plena, salvo por pequeñas decisiones.
De fondo, lo más trascendental de estos 100 días ha sido la reforma tributaria, en lo que bajo su óptica puede reclamar como un éxito con miras a llenar las arcas. Pero quizás la mayor sorpresa es que Petro, un dirigente con tres candidaturas presidenciales a bordo, con un discurso repetido una y mil veces, llegó a la Casa de Nariño sin tener el borrador estructurado y aterrizado de muchas de las reformas que planteó en campaña. Esa falencia ha llevado a un marcado clima de improvisación, con afirmaciones, correcciones, descaches y desmentidos por doquier que han señalado el estilo de gobierno.
Esa circunstancia, en últimas, explica el ambiente de incertidumbre nacional e internacional sobre el rumbo a corto, mediano y largo plazos de Colombia. Esa falencia estructural explica por qué en la mayoría de las encuestas la imagen presidencial se empieza a deteriorar más rápido de lo previsto, aunque mantiene abierto el margen de acción. Ese es, pues, el panorama de los 100 días a bordo de Petro.