Es doloroso hablar de este tema en un país como el nuestro, que a lo largo de los años ha sufrido innumerables atrocidades, originadas por diferentes enfrentamientos de inconfesables motivos; la barbarie que debieron soportar nuestros antepasados no tiene comparación y, sin embargo, la enfrentaron con arrojo y valentía.
Fueron episodios de guerras partidistas donde los bandos nunca tuvieron miramientos ni consideración por la vida de sus adversarios, hechos de ingrata recordación e imposibles de olvidar.
Sin embargo, superados esos sucesos de magna violencia, las barbaries dieron paso a una confrontación prolongada, donde las fuerzas del orden debieron enfrentar organizaciones articuladas, que pretextando incompatibilidad con el Estado, su desempeño y la misma democracia, montaron en armas contra los diferentes gobiernos.
En esas calendas no se había presentado ese perverso delito del secuestro. Nuestro país no conocía este tipo de abominación y fue la delincuencia común la primera en utilizar el secuestro para intimidar y extorsionar la ciudadanía. Las autoridades lo combatieron con eficiencia y excelentes resultados, identificando y capturando bandas enteras de secuestradores, a más de liberar una buena cantidad de plagiados a lo largo y ancho de la patria.
Luego, como los logros alcanzados dificultaron esa operación delictiva, por la imposibilidad de mantener en las áreas urbanas cárceles del pueblo, para manejar las negociaciones, los criminales recurrieron a las organizaciones subversivas vendiéndoles sus víctimas y dejando en mano de estos armados ilegales a su gusto y ambición, el cobro del dinero como rescate. La delincuencia se basó en que para la guerrilla, el cuidado, mantenimiento, custodia y manejo de la víctima en zonas rurales era más fácil, cómoda e intimidante.
Ese es el punto de partida para que las organizaciones subversivas, bandas de narcotraficantes y organizaciones armadas de toda índole, cayeran en cuenta de lo cómodo y rentable que era el secuestro para sus fines de cualquier índole, económicos, estratégicos, políticos y operativos.
Es por esto que Colombia está sufriendo este crimen que azota toda la sociedad, porque desafortunadamente no es solo la víctima quien padece esta perfidia, es la familia, su entorno y la sociedad en general, que se duele ante las dudas generadas por el futuro de su familiar, quien al perder la facultad de locomoción queda a merced del grupo delictivo o a lo mejor, a merced de un persona, sin capacidad de medir las consecuencias de sus actos, hombres sin Dios ni ley, con conceptos distorsionados sobre la vida, la autoridad y la justicia.
No puede nuestra patria seguir sufriendo este salvajismo y los grupos guerrilleros deben proscribir de sus filas este crimen si quieren incorporarse a la sociedad. Nos urge un acuerdo de voluntades entre autoridades de toda índole, para hacer del secuestro un delito vergonzante, con correctivos ágiles y ejemplares.