Una necesidad sentida para lograr percepción plausible de seguridad y tranquilidad ciudadana, proteger los núcleos sociales, y mantener controlado el orden público interno, es contar con la presencia del Estado, representado en su fuerza pública, especialmente la Policía Nacional de los colombianos y, claro está, acompañada y escoltada por otras instituciones y entidades representativas que cubren temas sensibles como la salud, la educación, el bienestar familiar, sin faltar bajo ninguna razón, la ley con toda su majestad, andamiaje operativo, investigativo y carcelario, es decir aquella soñada pronta y eficiente justicia.
Debemos entender que una administración comprometida con ese enfoque le cierra el paso a la delincuencia y logra el respaldo ciudadano en toda la plenitud de su gestión.
Ese acuerdo de asistencia institucional y ciudadana le dificulta el accionar a toda caterva delictiva, que pretenda permanecer y afincarse en estas zonas donde el estado hace presencia y potencia su respuesta a las necesidades ciudadanas.
Este estado de seguridad y calma se logra fomentando un ingrediente de alta consideración como es el respeto por las autoridades que representan la ley, moral y buenos principios, pues no deja de ser preocupante el crecimiento de unidades policiales atacadas y muertas, como resultado de su intervención en actos del servicio. Las estadísticas señalan que la mayoría de agresiones se presentan al intervenir para controlar riñas o enfrentamiento entre contertulios, cosa diferente al necesario choque con delincuentes en defensa de la honra y bienes de los ciudadanos.
Recordemos que la policía es una institución que lucha por controlar el orden y respeto por la ley. No perdamos de vista que el policía es la autoridad más cercana con el ciudadano, es el auxiliador, el orientador y hasta acompañante en situaciones inciertas e inseguras; ese hombre puede llegar a convertirse en concejero ante instantes precarios o confusos.
Estos servidores públicos no son perfectos ni pretenden serlo, pero siempre están prestos al llamado y clamor público o personal para actuar, sin detenerse a pensar en su integridad física, es por ello que la cuota de sacrificio se muestra tan alta y desconocida por la sociedad a la que desveladamente sirven.
Si nos detenemos a pensar, entenderíamos que la policía esta conformada por hombres y mujeres que en otros estadios llamamos nuestros hijos, los jóvenes del sector, esos que vimos crecer y formarse, que hoy son nuestro orgullo por la labor social que desempeñan.
Es urgente que la sociedad en todos sus niveles y estratos hagan un giro hacia el respeto y consideración de estos seres, tan caros a nuestros sentimientos cuando los necesitamos, pero tan olvidados en tiempos de paz y tranquilidad. Los ciudadanos no sabemos quiénes son, como ellos no saben con quien se meten, pero son la autoridad.