Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Mayo de 2015

Rechiflas

Si la rechifla no fuera por definición burla, mofa y ridiculización del otro, me daría a la tarea de exaltarla como la más expedita forma de disentir y criticar, como un metalenguaje para la contra argumentación, como la más viva y contundente manera de cuestionar el poder y la verdad revelada, sea quien sea el sujeto que los ostente o detente.

En Colombia ni el silencio habla, ni los gestos dicen, ni la rechifla propone. Y esta última es mera alharaca, es decir, una “extraordinaria expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto”, según la Real Academia de la Lengua.

Para que la rechifla propusiera, hablara o dijera, tendría que ser consecuencia del pensamiento meditativo, para cuya existencia se requiere, según Heidegger en su ensayo Serenidad: “que no nos quedemos atrapados unilateralmente en una representación, que no sigamos corriendo por una vía única en una sola dirección”.

 El problema es que para que florezca se necesita serenidad, es decir, “dejar de ver las cosas desde una sola perspectiva”, abandonar el fangoso terreno de las generalizaciones y emprender un largo entrenamiento, más arduo y fuerte que el del cross fit, la nueva moda de gimnasio que encadena diferentes ejercicios físicos de forma intensa y sin pausa.

Cuando se hace sin sustrato, motivados por las polarizaciones, las chifladas no son conducentes, como tampoco lo son las manifestaciones, los paros o los cacerolazos, de todo lo cual ha padecido Santos con creces desde su primer gobierno.

Si pensáramos, no chiflaríamos a nadie; propiciaríamos movilizaciones sociales, que no son esas marchas mamertas donde se vociferan pliegos petitorios, ni los bloqueos que a su pesar terminan siendo ilegales porque restringen los derechos de la mayoría, ni las campañas exitosas como la inolvidable del No Más, que lejos de generar cambios de fondo en el statu quo, catapultaron personajillos de pipiripao a ámbitos que les quedaron grandes.

Acallar la rechifla con medidas de coacción, como en Barrancabermeja o en Pasto, para ahorrarle a Santos el bis, es censura censurable; puede que no sea la voz más adecuada, oportuna y pertinente para manifestar el desacuerdo, pero qué le vamos a hacer si pensar duele y no estamos para molestias.

Carecemos de serenidad y de lo que ocurre sabemos de oídas, sin pararnos a pensar. “Cuando se despierte en nosotros la serenidad (…) podremos esperar llegar a un camino que conduzca a un nuevo suelo y fundamento”.