Compleja tarea le corresponde al nuevo ministro de Agricultura, Andrés Valencia, de dirigir una actividad que empieza a dar signos de fatiga.
Mientras en años anteriores el agro colombiano fue el líder, que como en el ciclismo jalonó durante mucho tiempo el pelotón del crecimiento económico, llegando a índices del 4.9 % como ocurrió en el año 2017, en esta temporada empieza a quedarse del lote creciendo a tasas muy inferiores del resto de la economía. Lo anterior como consecuencia de la frustración del programa bandera de la anterior administración “Colombia siembra”, así como de la baja rentabilidad de gran parte de la producción agropecuaria nacional.
Para que este “corredor” pueda alcanzar nuevamente al lote puntero, requiere de nuevas calorías, de nuevos recursos, necesita aprovisionarse para encontrar las fuerzas que le permitan alcanzar los sitiales de privilegio. Sin embargo, todo indica que, por el contrario, está por el momento condenado a quedar rezagado del resto de la economía.
Para que se tenga una idea de la difícil etapa "montañosa" que le corresponderá vivir, en el año 2019 se dispondrá para este sector de un presupuesto que supera ligeramente el billón de pesos, que a todas luces es insuficiente como para pensar que al final de la misma pueda estar en los lugares de vanguardia.
Y es que no podría ser de otra manera. Hace cuatro años el presupuesto del ministerio fue de $2.8 billones, es decir, casi tres veces el monto que hoy se está aprobando.
Creer que en esas condiciones el agro pueda terminar con la camiseta amarilla de líder, sería como pedirle a nuestro gran Nairo Quintana, que purgado y deshidratado gane el tour de Francia.
Recientemente el Dane reveló en el Censo Nacional varias perlas, entre ellas, que la población colombiana no llegará a los 50 millones de habitantes, tal cómo esa entidad lo había pronosticado, sino que apenas estaremos rondando los 45 millones. Pero hay otro dato que pasó casi desapercibido, y es la manera agigantada en que se está concentrando la población en las grandes ciudades. Hace sólo un siglo el 75% de la población estaba en el campo y el 25% en las ciudades. Hoy es exactamente esa cifra, pero, al contrario. 75% en las ciudades contra un 25% en las zonas rurales.
Por su parte, el Censo Nacional para la agricultura señaló que en el país existen 2.7 millones de productores agropecuarios, de los cuales solamente el 26.7%, es decir 725.000, viven en la ruralidad. Conseguir mano de obra se ha vuelto tarea imposible.
También ese mismo censo arroja cifras interesantes de conocer, por ejemplo, en relación con la maquinaria agrícola, determinó que sólo el 15.19 % de los productores del campo posee algún tipo de esta. Informa así mismo que el área ocupada por la actividad agropecuaria es de 43 millones de hectáreas, de las cuales 7 millones están ocupadas por cultivos agroindustriales y 34 millones están destinadas entre otros, a pastos.
Con este panorama, son muchos los retos que tiene por delante el nuevo gobierno, los cuales van de la mano de una seguridad jurídica sobre la propiedad rural, así como de la titulación de tierras a los poseedores de buena fe, que se pueda implementar la ley Zidres con la cual se le de tranquilidad a los inversionistas nacionales y extranjeros que quieran realizar proyectos productivos que le permitan a Colombia ser esa despensa alimentaria y exportadora.
Se requiere llevar la tecnología necesaria para tener una agricultura climáticamente inteligente y resiliente. Se debe garantizar el acceso al crédito, especialmente para pequeños y medianos productores, para lo cual el banco agrario debe convertirse en una herramienta fundamental.
Frente a la escasez de inversión de recursos públicos, no queda otra alternativa que promover la iniciativa privada. De gran ayuda sería concretar la idea planteada por el presidente Duque de exoneración de impuestos hasta por 10 años para las nuevas inversiones en este sector. Adicionalmente es necesario conquistar la ayuda de la Cooperación Internacional en proyectos productivos que ayuden a consolidar la paz en nuestro campo. Debidamente hidratado, el agro podrá volver a vestir la camiseta amarilla.