El debate dialéctico conservador
Entre los que opinan sobre la evolución y situación por la que atraviesa el conservatismo en nuestros días, unos suelen hacerlo de manera teórica, como si se tratase de asunto exclusivo de la metafísica del poder, sin atender las señales del mundo real. Eso ha pasado en otros países de Hispanoamérica, en los cuales no se hizo esa lectura y lo conservador resultó rebasado por otras fuerzas partidistas, para dar lugar al poderoso avance de sectores marginales de izquierda, que en algunos casos habían estado en la violencia armada, en la clandestinidad, en el sindicalismo venal o rozando la ilegalidad.
El régimen represivo castrense en Argentina, que tuvo diversas mutaciones políticas e influencias, en su empeño por derrotar la subversión armada, se erosiona a tal punto que se lanza a la guerra externa para recobrar la popularidad y cae estruendosamente. Vuelve la democracia y el radicalismo perplejo con Alfonsín, se desgasta en el poder como herido por un carbón ardiendo. Sube Carlos Menen, con inmensa popularidad, sigue el modelo neoliberal y consigue la reelección, hasta ser derrotado por la izquierda justicialista con el apoyo de las demás fuerzas contestatarias en la segunda vuelta. En Perú pasa algo similar con Alberto Fujimori, también, reelegido se lanza a una aventura militar incierta contra Ecuador, que con el tiempo precipita su salida. La quiebra de los elementos de orden en Venezuela y su fatal desprestigio, facilitan el avance electoral del comandante Chávez. Lula, en Brasil, muestra los dientes de un poderío electoral que se fundamenta en dejar la economía en manos de los sectores ortodoxos, respetar la industria privada, ofrecer un bienestar real a los sectores marginales y manejar un moderado nacionalismo expansionista. En estos países las fuerzas conservadoras, en algunos casos sometidas a la ley del sable, se atomizan, claudican, dividen y desgastan. Situación parecida se presenta en Uruguay, en Paraguay, con caracteres peculiares en Bolivia y en Ecuador. En Chile, la convocatoria a elecciones que hace el general Pinochet, lo lleva a perder el poder y participar en la contienda democrática, lo conservador apenas asoma las orejas después de su muerte en la cama con el gobernante filo-conservador Sebastián Piñera.
Al desaparecer lo conservador se desploman los diques que contienen el empuje tumultuoso de la extrema izquierda y populista. Al confundirse lo conservador con políticas retardatarias e inactuales, pierde el apoyo popular. En el siglo XXI al claudicar lo conservador los enemigos del sistema democrático y de orden se crecen. No se debe confundir el burocratismo pragmático que abandona los valores e ideas para no comprometerse y estar con todos los gobiernos, con lo conservador. Ya hemos visto lo que pasa electoralmente en una ciudad como Bogotá donde el conservatismo en fuga se atomiza. ¿Será que nadie otea lo que sucederá si se repite esa situación en el resto del país? Un conservatismo apático, sin ideas, confundido, liberalizante, complaciente, indefinido, desmoralizado, asustadizo, resignado, ausente y desnaturalizado, del mismo nombre o con otro, carece de futuro; acaso servirá de alfombra a los adversarios del sistema.