Sopa de información
Crecen las protestas en la red por el proyecto de ley que pretende restringir el acceso a la información que ofrece Internet. Lo que subyace a dicho malestar son, por un lado, los derechos del autor y por otro los del consumidor. Argumentos van y vienen y no se termina de ver con claridad quién tiene la razón en la disputa. Al parecer, más allá del asunto de los derechos, lo que está en juego es, como siempre en nuestra época, el factor económico. Tanto de uno como de otro lado la perspectiva de análisis se limita a las dinámicas de consumo en las que nos hemos acostumbrado a vivir. Poco importan en el debate temas como el valor y la calidad de la información que transita velozmente por la red.
Aunque en algunos ámbitos se ha llamado a la época actual, sociedad del conocimiento, sería más preciso y coherente con los sucesos llamarla sociedad de la información. Lo que caracteriza nuestro tiempo es el fácil y acelerado incremento en el acceso a la información a través de las herramientas tecnológicas. Desde la introducción de la radio y la televisión en la vida doméstica se incrementó de manera significativa la cantidad de información a la que se podía acceder con respecto a los tiempos anteriores en los que la única manera de escuchar música, por ejemplo, era asistiendo a un espectáculo o interpretándola uno mismo. Con este despliegue de medios, el ser humano tuvo que acostumbrarse a recibir información constantemente, aun cuando no le apetezca en absoluto. Así, estamos sujetos hoy a escuchar y ver cuanto mensaje aparezca en los medios. Hemos tenido que aguantar la pobre creatividad publicitaria que con trucos baratos pretende vender sus productos, y soportar los insoportables “hits” del momento, sin derecho a réplica.
Internet se ha convertido en una sopa de información abundante pero poco nutritiva. De las miles de millones de páginas que ofrecen información, menos del 30% contienen conocimiento. El restante 70% se mueve entre la pornografía y la publicidad. Tal vez el malestar que ha generado el proyecto de ley radica en que el veto se haría justo sobre el acceso al material valioso (cine y literatura sobre todo). El proyecto de ilustración, que supuestamente impulsa la red quedaría del todo frustrado. La pregunta es si dicho proyecto efectivamente existe.
Si se garantizara que por la red efectivamente transita el conocimiento valdría analizar los métodos de acceso de modo que ninguna de las dos partes (autor y espectador) queden en desventaja. Pero la duda surge cuando se pone en evidencia el uso superfluo que de dicha herramienta hacen las nuevas generaciones, por ejemplo, para fines académicos. Muchas veces lo que representa el rápido acceso a la información es un incremento de la mediocridad. Si el promedio de permanencia en una página web es de máximo un minuto ¿qué se puede llegar a conocer y comprender? ¿Realmente el acceso a la información garantiza un mejor conocimiento?
Quedan en la nube estas y tantas otras preguntas que merecen una reflexión seria y profunda en torno del uso de la tecnología como herramienta educativa y crítica en la supuesta sociedad del conocimiento.