El conocimiento es patrimonio
Los legados que los padres quieren dejar a sus hijos han ido cambiando con el tiempo. En épocas pasadas tal vez lo más importante que los padres querían dejar a sus hijos era el legado de títulos nobiliarios acompañados desde luego de grandes privilegios que pasaban de generación en generación aceptados o no por las comunidades; claro que eso no ha desaparecido del todo. Sin embargo, fue cambiando: la acumulación de riquezas se fue constituyendo en el principal legado que se les podía dejar a los hijos.
De ahí la historia de dos amigos que se encontraron y el uno le participó al otro que al fin había podido cumplir una aspiración cual era la de tener una finca que había comprado la cual describió con los detalles del caso lleno de orgullo; el otro se quedó callado sin participar de la alegría de su amigo y le hizo el siguiente comentario: “no seas ordinario: ¿tú no sabes que las fincas no se compran? Se heredan”. Todo lo material es susceptible de desaparecer y los mayores poco a poco, sin dejar a un lado los dos legados anteriores, ahora prefieren dejar a sus hijos conocimientos. No es extraño entonces oír admoniciones de padres sabios a sus hijos, cuando éstos no dan los rendimientos deseados en el estudio, en el sentido de hacerles notar que todos los bienes materiales pueden ser efímeros y perderse, pero los conocimientos que se tienen almacenados en la cabeza jamás se pierden por lo tanto constituyen la mayor y mejor herencia que se les puede dejar.
Vistas, analizadas o trasladadas las anteriores consideraciones al Estado, lo mejor que debe hacer es crear las condiciones del caso a fin que el conocimiento sea uno de los patrimonios de la nacionalidad con el cual podrá defenderse de propios y extraños. Lo primero entonces en este orden de ideas es el de acabar con el analfabetismo; por esta meta se lucha en todos los países y cuando se avanza en este sentido se abren las puertas de un mundo desconocido y se reclaman más conocimientos, hasta llegar al nivel universitario que es donde ahora se están ubicando serios problemas entre la población universitaria, paradójicamente la que ha logrado llegar a ese nivel, reclamando por medio de desórdenes algo que todavía no está muy claro. Pero la rebeldía de los jóvenes es síntoma de que estamos vivos. Si los reclamos se refieren a mejorar la educación sean bienvenidos, pero sin desórdenes. Pero si se trata de ampliar ciegamente la posibilidad de ingreso al nivel universitario de todo el que quiera y pueda, eso hay que contrastarlo con los planes de desarrollo del país. No habrá mayor foco de malestar que un profesional con buenos conocimientos sin poder ejercer y poner en práctica sus conocimientos. La necesidad es madre de todas las industrias: aquí cabe la reflexión sobre el orden de aparición entre el huevo y la gallina.