ALFONSO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Sábado, 12 de Abril de 2014

¿Metro para el quinto centenario?

 

La movilidad en Bogotá es algo por lo cual refunfuña toda persona, residente o no en la capital, pues le afecta la vida diaria. Si alguien tuviera la curiosidad de analizar cuánto tiempo se desperdicia por la deficiencia de movilidad en los desplazamientos podría establecer cuánto le cuesta a la economía bogotana y también  al bienestar de la gente ese desperdicio. La situación se puede parecer a la que hemos vivido todos los padres de familia que con el crecimiento de los hijos; de un momento a otro nos damos cuenta de que la ropa que se compró al principio del año, al final de éste, le queda pequeña. Así le ha sucedido a la capital dado su vertiginoso crecimiento que en menos de un siglo su crecimiento ha sido descomunal.  En efecto, el censo arrojó para Bogotá en 1938 330 mil habitantes; hoy somos cerca de 8 millones, digamos, de sobrevivientes, dado el caos que ha generado el crecimiento por la falta de previsión de quienes en una u otra forma hemos tenido la responsabilidad de prever lo que está sucediendo, porque según dicen los que saben, gobernar no es cosa diferente a la de prever y obrar en consecuencia.

Enfrentados como estamos a que para cumplir con nuestras obligaciones se hace necesario disponer de mucho tiempo en transportarnos, hemos tratado de inventarnos remedios paliativos, mas no los curativos. Hace bastantes años se compraron los buses eléctricos que podrían prestar un buen servicio; se hicieron grandes inversiones en su adquisición y en la construcción de las líneas que llevarían el fluido eléctrico para su funcionamiento, pero se olvidó que su peso sobrepasaba en mucho la capacidad de soporte de las vías por las cuales habrían de circular; en poco tiempo el remedio fue peor que la enfermedad. Las calles, así como las construcciones aledañas comenzaron a acusar esta falta de previsión. Hubo necesidad de abandonarlos. La ciudad y sus necesidades fueron creciendo.  El sistema de transporte que proporcionó el tranvía en forma eficiente durante muchos años desapareció bajo la ola de barbarie que anegó al país hace 66 años. Nos fuimos llenando de automóviles de uso particular; ser propietario de uno, no hace más de 50 daba cierto “status”. Hoy, dado el progreso así como las facilidades para adquirirlo, no tenerlo lo rebaja. Así, los autos no caben en las calles. Los alcaldes se han esforzado en idearse formas paliativas para tratar de hacer la vida bogotana amable en este sentido. El ya conocido y ensayado pico y placa no permite la circulación.  No parece ser que medidas coercitivas como esta sean las más eficaces.   

Ofrecer alternativas puede ser más eficaz y equitativo. El Transmilenio ha sido un remedio eficaz que, con todas las deficiencias que se le puedan achacar, presta un señalado servicio. Esa es una reflexión para sus detractores. Ha sido una muy ligera aproximación al transporte masivo de los bogotanos. Disponer de un buen servicio de transporte masivo es una alternativa para que los autos dejen de circular. El metro es una alternativa de transporte masivo que ha sido objeto de consideración desde hace bastante tiempo sin que se haya podido concretar en realidades. Muchos estudios se han hecho que reposan en los anaqueles gubernamentales. ¿Se necesitarán acontecimientos especiales para poder concretar todas las ideas que han rondado las cabezas de nuestros gobernantes? ¿Qué tal proponernos que para el quinto centenario de la fundación de Bogotá estrenemos metro? ¡No faltan sino veinticuatro años!