Cosas de nuestra manera de ser
La proliferación de las loterías, aunque la mayor parte de ellas tienen fines altruistas como beneficencia, salud, etc. es un síntoma o manifestación de cierta tendencia que tenemos los colombianos de confiar en lo que no conocemos y digamos, en la suerte. El gran número de loterías, prácticamente cada departamento tiene la suya, es fenómeno desconocido en otras latitudes.
Quizás esto sea trasunto de actitudes de magia o sobrenaturales que no sabemos de dónde vienen. ¿Será herencia de nuestros aborígenes que según investigadores les endilgan conversaciones con el más allá? No es extraño conocer en nuestros campos a curadores profesionales que se encargan de curar enfermedades de nosotros los humanos y también de los animales. No es extraño oír que cuando a alguien lo ha favorecido la suerte o lo ha abandonado que se diga que lo tienen rezado. Existen o por lo menos existían los rezanderos que por alguna remuneración rezaban a alguien para bien o para mal. ¿Se explica la quiromancia tan en boga hoy con despachos que anuncian por los periódicos y por radio? De boca en boca se habla de los que practican esta disciplina y lo acertados que son. Atraen al ser querido o ahuyentan al no querido con recomendaciones de las cuales hay que admirar la manera como lo hacen, pues quien acude a los quirománticos las interpreta de la manera que más les conviene a sus intereses y deseos. Por ejemplo, una propiedad que dura tiempos sin utilización ya sea porque no se arrienda o no se vende por cualquier razón está salada. Alguien la saló y la salada puede ser porque sí (?) o porque alguien o algo la saló. Y para esa salada hay conjuro, previa cita y pago del tratamiento.
No sé si todavía existen los sobanderos, a quienes acudían con tanta fe nuestros antepasados cuando se les presentaba alguna fractura o luxación. Mis mayores, de ancestro campesino, se dejaban ver del sobandero antes de ir donde el médico. La verdad que se veían curaciones maravillosas, pero también equivocaciones tremendas que dejaban secuelas para toda la vida. Pero eso no les restaba clientela. Claro que esa actividad algo tenía de práctica y un cierto fondo científico y que me perdonen los médicos por el irrespeto que esto significa. Oficiaban en la capital por los lados del edificio de medicina legal aparentemente con todas las de la ley con avisos en la puerta de su “consultorio.” Esa era una manera de gozar de la protección del Estado que no los molestaba; la medicina los toleraba.
¿Nos puede pues extrañar que se haya acudido a quien no quiere que lo llamen “chamán” sino más con un título “científico”, para prevenir la lluvia en acontecimientos especiales como la final del campeonato de fútbol o la posesión al aire libre del Presidente de la República? El resultado es que al “chamán” le sonó la flauta. Me parece que esa fe en cosas que no comprendemos, forma parte, para bien o para mal, de nuestra manera de ser.