La palabra pasión se ha malentendido y como efecto de ello se ha sobredimensionado. La pasión es un desbordamiento, una emergencia emocional difícil de contener y por lo mismo difícil de acotar e incluso de identificar. Claro que hablar de pasiones es popular, vende y dada su popularidad arrastra millones de seguidores, lo cual no quiere decir que sea sano. Ubicar a la pasión en su verdadera dimensión no es tan popular o de plano resulta impopular. Y resulta que la evolución de la consciencia no es un asunto de popularidad sino de comprensión, discernimiento e introspección, que ciertamente no hacen aún masa crítica en el estado actual de la humanidad.
Dice mi gran maestro, el Dr. Claudio Naranjo -psiquiatra y músico chileno, uno de los pioneros y desarrolladores de la Gestalt- que el ego está compuesto por dos corrientes que van de la mano: una distorsión cognitiva, idea loca, y una pasión dominante, emoción loca. Yo agrego que las emergencias del ego son maestras maravillosas para poder aprender. Sí, aprendemos cuando identificamos nuestras pasiones y distorsiones mentales, para trascenderlas hacia el amor, entendido como fuerza vital. Aprender es identificarlas y modificarlas, no seguirles el juego.
Si consultamos la palabra pasión en un diccionario, por ejemplo el de la RAE, encontramos nueve acepciones de la palabra pasión: “1. Acción de padecer. 2. Pasión de Jesucristo. 3. Lo contrario a la acción. 4. Estado pasivo en el sujeto. 5. Perturbación o afecto desordenado del ánimo. 6. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona. 7. Apetito de algo o afición vehemente a ello. 8. Sermón sobre los tormentos y muerte de Jesucristo, que se predica el Jueves y Viernes Santos. 9. Parte de cada uno de los cuatro Evangelios, que describe la pasión de Cristo.”
Es posible que cuando usted usa la palabra pasión no haga referencia directa a alguna de estas acepciones, y si lo hace se identifique con los numerales 6 y 7. Veamos: Inclinación o preferencia muy viva de alguien a otra persona; apetito de algo o afición vehemente a ello. Cuidado, porque en las dos está de por medio el deseo, ese tirano que nos acompaña a lo largo de la vida y que nos puede enceguecer. Una preferencia muy viva o una afición vehemente nos pueden nublar la consciencia. De hecho nos pasa, y por supuesto me incluyo, pues como soy habitante de este planeta también emergen en mí las pasiones. La clave es observarlas y canalizarlas.
La pasión llevada a extremos lleva a matar por un equipo deportivo o asesinar por celos. Más moderadamente, conduce a estar iracundo ante el error, paralizarse por miedo, sumirse en la más profunda depresión, acumular por miedo a perder posesiones materiales, envanecerse y querer ser el centro de atención, ser servicial en extremo buscando afecto, desarrollar adicciones de cualquier índole o incluso estar tan desconectado de sí mismo que se llega al suicidio. Las pasiones nos ciegan. El amor es otra cosa…