Ana Rosa era la abuela de Catalina Villar, una mujer sometida a una lobotomía en los años cincuenta, en Bogotá. Catalina es la directora de Ana Rosa, una película que indaga sobre las implicaciones de este procedimiento con el que se trataba a pacientes que no se comportaban según la norma social.
Al reconstruir la historia de su abuela, de quien no guarda ningún recuerdo, la documentalista narra el drama de varias generaciones de mujeres que fueron “apaciguadas” a través de este cruel tratamiento. El 85% de las lobotomías en el mundo fueron practicadas a mujeres, la película indaga en la razón de este sesgo. Las historias clínicas develan pacientes cuya enfermedad o situación emocional les impedía cumplir con el rol asignado a su género. No obedecer al marido, no cuidar a los hijos, no atender a su propio aspecto, e incluso, ser melancólicas, o en el otro extremo, extrovertidas y bulliciosas, podían ser razones para sustentar una lobotomía.
El procedimiento era sencillo, casi ambulatorio. Con un instrumento que atravesaba el cráneo, se cortaban los nervios que conectaban el lóbulo frontal con el resto del cerebro. Bastaba un pequeño corte para cambiar, de manera irreversible, el comportamiento y el destino de estas mujeres. Las pacientes eufóricas, agitadas y agresivas se calmaban y se volvían dóciles, y las melancólicas dejaban de sentir tristeza; o sencillamente dejaban de sentir. La “desviación del comportamiento” ya no era un problema para los demás, pero ellas no volvían a ser nunca ellas mismas. Este es el núcleo de la película.
La pregunta por lo que ha implicado ser mujer, a lo largo de la historia, subyace a cada escena. Afianzada en un minucioso trabajo de archivo, y a partir de la explicación de médicos expertos, Catalina Villar cuestiona la construcción social de la enfermedad mental en las mujeres. Su película nos muestra una realidad aterradora, no muy lejana a nuestro mundo, pues la lobotomía dejó de practicarse tan solo unos años antes de mi nacimiento.
Si bien la historia de Ana Rosa plantea un duro cuestionamiento a la ciencia, que durante décadas permitió esta práctica atroz, nos muestra también que es el mismo consenso científico el que impidió que continuara practicándose. La película cuestiona la lobotomía como mecanismo de control sobre los cuerpos de las mujeres, pero también permite ponerse en el lugar de quienes tomaron decisiones respecto a esta práctica. Hacer palpable la complejidad es otra de las grandes virtudes de esta película.
En su momento la lobotomía se consideró un tratamiento adecuado que aminoraba el sufrimiento de los pacientes, hombres y mujeres, y de sus seres queridos. Menos mal ahora nos parece una aberración.
Al final, la película deja en el aire la pregunta por la forma en que se aborda hoy la enfermedad mental, con medicamentos que también “apaciguan” a los pacientes. ¿Cuánto de lo que hoy aceptamos nos parecerá aberrante en el futuro? Menos mal existe el buen cine para desatar estas preguntas. Qué fortuna enorme, además, que sea cine colombiano. @tatianaduplat