ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Septiembre de 2014

Resaca escocesa

 

El referendo celebrado el jueves pasado en Escocia y sus resultados sugieren reflexiones que atañen tanto al pasado como al futuro del Reino Unido, al talento (y talante) político de sus dirigentes, al porvenir de separatismos y de otras fuerzas centrífugas que recorren hoy día distintos lugares del mundo, y a los tópicos que con tanta frecuencia se emplean para explicar -a veces con demasiada simplicidad- este tipo de acontecimientos y su significación en la historia.

La unión que el referendo pudo haber liquidado se remonta al siglo XVII, al rey Jacobo VI de Escocia, quien desde 1603 fue también soberano de Inglaterra (Jacobo I).  Desde entonces, y por más de 100 años, la dinastía escocesa de los Estuardo ostentó las dos coronas.  Y fue una Estuardo, la reina Ana, la que promulgó en 1707 -al cabo de varios años de conmoción y agitación política- el Acta de Unión, en cuya virtud quedó sellada la unión real -ya no solo personal- de ambos Estados.  Esta unión política reflejaba una integración e interdependencia cada vez más profunda entre ambos, que el proyecto imperial de la era victoriana (y la identidad “británica” derivada de éste) no hicieron más que intensificar, a pesar de las diferencias religiosas y el recuerdo histórico nacional -que por otro lado, nunca se tradujo en un militante y masivo nacionalismo escocés-.

El referendo separatista -más que independentista- puso en evidencia dos errores de cálculo:  el del gobierno de Cameron, que lo subestimó desde el principio; y el de Alex Salmond, que acaso quiso promoverlo sin imaginar la caja de Pandora que podría llegar a abrirse en caso de tener éxito.  Lo cierto es que, como consecuencia, en el futuro próximo habrán de revisarse no sólo los términos que definen la relación entre Escocia e Inglaterra, sino los propios fundamentos constitucionales del Reino Unido, y acaso también su forma de Estado y el estatus jurídico de las unidades que lo componen.

En todo caso, el experimento ha sentado un precedente:  el Acuerdo de Edimburgo (2012) constituye un paradigma para arbitrar las aspiraciones separatistas en el marco del Estado de Derecho y la democracia.  Pero también, sirve de advertencia sobre la facilidad con que se pueden alimentar los “nacionalismos” allí donde no los ha habido antes.  Sin duda, obligará a Londres a repensar el referendo de 2017 sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea.  Y en otras partes del mundo, de Cataluña a Cachemira, se siente también la resaca escocesa. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales