Andrés Molano Rojas* | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Diciembre de 2014

Después de la transición

 

Hace 36 años los españoles aprobaron, en un referendo celebrado el 6 de diciembre de 1978, la Constitución con la cual comenzaron -no culminaron, ni mucho menos- la transición política y el cambio de régimen: el paso del franquismo al Estado Social y Democrático de Derecho, fundado en los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo, y organizado como una monarquía parlamentaria en la que la sólo la voluntad popular es fuente del poder político.

Como toda Constitución transicional, la española del 78 fue resultado de compromisos y transacciones, renuncias y concesiones recíprocas, y supuso el aplazamiento de algunos debates que, de haberse llevado entonces hasta sus últimas consecuencias, hubieran hecho imposible la posterior consolidación democrática. Transicional es, por supuesto, el modelo de Estado autonómico -ni unitario ni federal, sino ambas cosas “pero en sentido contrario”-; y acaso también lo haya sido la aceptación de la monarquía y la bandera roja y amarilla por parte de algunas fuerzas políticas, como los comunistas liderados por Santiago Carrillo, un par de años antes, a cambio de la legalización del partido.

No hay transición que dure cien años, ni sociedad que la resista. Por eso todas las constituciones transicionales tienen, por definición, una fecha -aunque algo incierta- de caducidad.  En el fondo, esa es la sensación que se respira hoy día en España:  que la transición ha terminado, que el modelo del 78 está agotándose y por tanto se requiere un nuevo pacto político, un nuevo acuerdo sobre lo fundamental. Resulta trágico que semejante coyuntura histórica ocurra contra el telón de fondo de las reivindicaciones mercenarias y maniqueas de algunos nacionalistas vascos, catalanes e incluso gallegos; en medio de una crisis económica que sigue pesando sobre buena parte de los españoles; al fragor de los escándalos de corrupción que se suceden uno tras otro; al compás de la fragmentación suicida de las elites, y en ausencia de liderazgos no sólo visionarios sino sobre todo responsables. ¡Qué trágico utilizando la confusión y el desencanto de la ciudadanía como levadura vaya medrando el discurso oportunista, vociferante y vacío de un movimiento como “Podemos”!

Nadie dijo que la transición sería una sinecura.  Pero España dio en su momento -el 23F, por ejemplo- suficientes muestras de su capacidad para encarar con éxito las dificultades.  Superar la transición no tiene tampoco por qué serlo. Y, sin embargo, nunca es tan fácil dejarse engañar y creer que se avanza, como cuando se está al borde del abismo.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales