A mediados del año 86, en pleno mundial de fútbol de México (que me perdí, íntegro, junto con la visita a Colombia de Juan Pablo II, mi “Papa favorito”) decidió la Cancillería mandarme “castigado” a recibir un diplomado sobre Derecho del Mar en la fría Halifax, Canadá. De regreso a la Patria tuve a bien ir a visitar Montreal -la ciudad más hermosa que he conocido- y en mi hotel universitario me enteré de un importante evento -tipo Agroexpo- que tenía lugar allí.
Madrugué al día siguiente para disfrutar el evento con toda intensidad: maquinaria agrícola de punta que se esparcía en el amplio potrero en medio de los establos donde rumiaban preciosos ejemplares equinos, vacunos, caprinos y, por supuesto, porcinos, y no podía terminar la jornada sin presenciar una simpática carrera de cerditos, una de las atracciones del parque, que empaté con una suculenta Burger King, con morro, antes de regresar a mi hotel, exhausto “de tanto correr por la vida sin freno”.
Para hacer corta la historia larga, al despertarme al día siguiente prendí la TV y al enterarme de la noticia de apertura del noticiero local “Espectacular presentación de Whitney Houston anoche en Agroexpo”, casi me pego un tiro con un banano que habían puesto en la mesa de mi habitación. Era mi cantante favorita, voz como de ángel, que hubiera imaginado Dante Alighieri vocalizando al borde del Cielo, ganadora de seis premios Grammy, con más de 130 millones de discos vendidos, y en ese momento pegaba con fuerza su canción insigne, Saving all my love for you, mucho antes de hipnotizarnos con I will always love you, banda sonora de la película Bodyguard, que protagonizó en compañía de Kevin Costner.
Pues bien, mi hermosa cantante cumpliría este 9 de agosto sus primeros 60 añitos de vida, hasta el día en que las malditas drogas se la llevaron del todo y la bajaron a un círculo cercano al infierno. Como muchas estrellas, había comenzado desde los 11 años entonando en el coro de su Iglesia Bautista y alternó canciones con Lou Rawls, ese clásico fenómeno del rhythm and blues. Te fuiste, Whitney y no te pude conocer, estando ambos tan cerca, pastando allí en el mismo potrero de la vida. Y todo por falta de una pancarta que anunciara tu “espectacular concierto” y otra mi “aterradora frustración”.
Y el pasado 26 llegó Julio (Iglesias) y se llevó a otra preciosa cantante, única mujer a la que le lucía su look tipo skinhead, la irlandesa Sinéad Marie O’Connor, quien nos había regalado en el 90 su inolvidable disco emblemático Nothing compares to you. A ella, en cambio, no la lloré al partir y sí sentí una especie de “fresco” en el alma, porque recuerdo, como si fuera hoy, aquel nefasto día de octubre de 1992, cuando se presentó en el programa Saturday Nigth Live de la cadena NBC y la muy atrevida, engañando a todo el mundo, en medio de su interpretación de la canción War, de Bob Marley, dio en romper ante las cámaras una foto de mi Juan Pablo II, hoy elevado al altar de la santidad. Qué bajo llegaste, Sinéad. Te labraste a garlopa el infierno que te merecías.
Post-it. Enormes nuestras súper chicas de la selección nacional de fútbol. Gigante nuestra portera prima, Catalina Pérez Jaramilo. El Werder Bremen te espera, ¡campeona!