La palabra de mi progenitor impresionaba por la sabiduría y la virtud. Sus sentencias no se olvidan. Tenía la fuerza de una existencia vivida con gran profundidad y benevolencia. Invariablemente prefirió dar a recibir, aportar a reclamar y exigir. Dobló su altiva cabeza solo ante el Dios de los cristianos viejos, cuando yo muera, solo tendré lo que he donado a los más necesitados. Esto me recordaba aquello que expresaba: “Quieres no perder tus bienes?. Hazte pródigo. Deseas conservarlos? No los guardes. Pretendes ahorrar? Da a manos llenas”.
Piensa en grande, pero no te engrandezcas. Alumbre, pero no deslumbre!.
La plata es para gastarla, no para malgastarla. Prefiera ahorrar a despilfarrar. Que lo que hables en privado, se pueda repetir en público. Pienso y luego hablo, no hable sin pensar.
Mi padre estuvo entre los primeros antioqueños que invadieron la zona pantanosa y despreciada por insalubre, convertida a base de sudor, coraje y perseverancia en poderoso “Eje Cafetero”. Ese puñado de antioqueños de temple heroico, que transformaron la montaña impenetrable en huerto, jardín y paraíso. Para estos varones lo único que valía en la vida, era lo que se conseguía con disciplina, lágrimas y sudor. Yo definiría a estos luchadores como cristianos de fibra. Solo en ellos existía la aptitud para los grandes actos y las grandes renuncias y la capacidad para las decisiones súbitas y cruciales. A cada paso se jugaban la vida. Adelante y lo que ha de ser, que sea.
Cómo le hace falta a Colombia esta clase de ciudadanos. Cumplen a cabalidad la recomendación maravillosa de Kennedy. “No hay que preguntar qué puede hacer el país por uno, sino qué podemos hacer por la patria”. Hombres y un tanto arbitrarios y disparejos, que oyen voces y que ven visiones, y que sienten corazonadas y que asumen responsabilidades. Hombres que cuando es urgente tomar una decisión vital, no la tramitan. Hombres para quienes no existe la palabra imposible. Para estas personas lo fácil ya está hecho y lo imposible, aunque nos demoremos un poquito, también lo haremos.
Estos hombres, cuando se presenta una tragedia grande, no tiemblan, mantienen los pantalones en su puesto y la voluntad firme e inquebrantable. Como el hierro, se rompe, pero no se dobla.
Lo más trascendental en Colombia después de la Independencia fue la civilización antioqueña. Le entregó a la nación departamentos tan vigorosos como Caldas, Quindío y Risaralda. También parte esencial del Valle y del Tolima. Se produjo en esta área sorprendente la llamada cultura del café, que durante 80 años fue la industria bandera de la nación. En pleno auge del grano cafetero, cuando el país recibía un dólar por petróleo, ya había recibido 6 por la exportación cafetera.
Hablar del antioqueño es hablar del empresario intrépido, del combatiente invencible, del batallador recursivo y del realizador de imposibles. La gente piensa que Antioquia es un suelo privilegiado. Y no es cierto. Lo único poderoso en Antioquia es la raza. Soñadora y pujante.