No sé si es porque a mí me pasa lo que al protagonista de Una soledad demasiado ruidosa, novela corta del maravilloso escritor checo Bohumil Hrabal que afirmaba “siempre me siento culpable de todo, de todas las cosas que suceden y de todas las desgracias que leo en los periódicos”, que siento que fui yo quien cometió la ruindad, la bajeza, la infamia de agredir verbalmente, al amparo de la libertad de opinión y con sevicia de carnicero, a una adolescente, Antonella, solo por ser hija de Petro.
El filósofo español Joan Carles Mèlich afirma que “ser ético es responder en una situación única que el otro plantea, ante la cual la moral hace crisis porque no hay regulación posible y la decisión es sólo tuya y no puedes apelar a principios, derechos o deberes universales”. No se le pide tanto a la multitud convertida en turba moral, pero sí era esperable de los medios de comunicación que, al contrario, revictimizaron a Antonella.
Salvo el titular de El Espectador: “Cuánta bajeza: siguen las críticas por caso Antonella Petro en partido de Colombia”, que denota una postura moral del diario, la gran prensa optó por posturas vindicativas llenas de sesgos ideológicos, como esta de Semana: “Impresionante: todo el Estadio Metropolitano en Barranquilla gritó: “fuera Petro…fuera Petro”, sin impresionarse por lo fundamental: la agresión a una adolescente.
La ilusión de que en Colombia la paz es posible, es eso, una entelequia. De nada nos ha servido tener un Premio Nobel de Paz, haber hecho la paz con el M-19, el que siete millones de seudo pacifistas le hayan dicho sí a los Acuerdos de Paz con las Farc y tampoco haber elegido a un presidente cuya carrera política fue posible gracias a acciones de paz. Nada nos cambió por dentro.
Nuestros corazones están tan endurecidos, somos tan belicosos, tan panditos, tan llenos de odio, que normalizamos la agresión a Antonella e, incluso, le sacamos rédito político, como lo hizo María Fernanda Cabal quien en la red X expresó: “El estadio Metropolitano de Barranquilla hasta las banderas gritando fuera Petro, fuera Petro, fuera Petro. Esta es otra gran encuesta”, en vez de deplorar lo sucedido, ella que es mamá.
En El disenso o el derecho a disentir en la vida política, Rodrigo Llano Isaza, veedor del Partido Liberal, advierte: “No es fácil disentir con inteligencia y tampoco es muy frecuente porque las gentes se dejan llevar de sus pasiones o de sus odios”. Y añade: “La vida política democrática se sustenta en el conflicto, en el pluralismo. Quien entra a una confrontación debe estar sometido a que, si el otro tiene la razón y lo convence con sus argumentos, debe aceptarlos, porque es lo mínimo que debe regir en un encuentro de tesis entre dos contendores razonables”. Antonella no es un contendor, es una adolescente.
La afrenta contra Antonella pudo haber sido utilizada por todos nosotros para la reflexión ética acerca del respeto, la tolerancia, la resolución de conflictos y el resguardo de la inocencia de nuestros niños y adolescentes. Pero estamos acostumbrados a dirimir la diferencia a los gritos y a cobrarles a los hijos las presuntas culpas de los padres.
Jesús nos mostró hace dos mil años que es mejor convencer al otro que vencerlo.