“No podemos dejar de aprender mientras estemos vivos”
Las comunidades ancestrales de todas las latitudes han aprendido a partir del encuentro, desde el compartir existencial que enriquece las miradas y potencia las acciones. Conocen el valor de lo colectivo, ese que desde el paradigma de la modernidad se ha ido perdiendo. Vivir y aprender, aunque no son sinónimos en el diccionario lo son en la cotidianidad que nos abraza. Es imposible dejar de aprender mientras estemos vivos, incluso en las personas que sufren de Alzheimer, pues aunque se dé un proceso degenerativo en su cognición intelectual su cuerpo sigue generando aprendizajes, desde los niveles celulares más básicos.
Aprendemos en comunidad. Desde el vientre materno, en esa unidad fundamental con la madre, estamos construyendo aprendizajes: conocemos cómo suena el corazón de mamá, distinguimos la luz de la oscuridad, vamos escuchando la lengua materna que paulatinamente nos permite comprender lo que pasa en nuestro entorno y nos habilita para la futura interacción. Independientemente de la escolaridad que tengamos, de los contextos en los que nos desenvolvamos, aprendemos todos los días: a hacer nudos de zapato en forma distinta; a tomar una ruta de bus diferente de la habitual; a preparar un plato de una cultura lejana; a convivir con una enfermedad. Yo aspiro, al final de mis días, aprender a morir. Todo ello es posible por la interacción, esa conexión vital con los otros y lo Otro, como la naturaleza en todas sus manifestaciones, el planeta entero, los multiversos.
Resulta anacrónico que se promuevan formas de enseñanza que se centran en el individualismo y la competencia. Claro, como es lo que conocemos suena raro un mundo sin competencia, a decir verdad bastante extraño, y nuestro cerebro puede reaccionar en forma automática diciendo que un mundo sin competencia no es posible. Necesitamos ampliar la mirada, como cuando subimos a un edificio alto y contemplamos un paisaje que sería imposible vislumbrar desde la planta baja. Es cuestión de perspectiva: si nos quedamos solo con la que nos ofrece el pensamiento moderno vamos a ver solo una parte del paisaje vital; si nos damos el permiso de aplicar y seguir desarrollando nuevas formas de pensamiento, podemos alcanzar otras perspectivas. Le invito hoy a ampliar su mirada.
La cooperación no es algo exclusivo de los sectores solidarios de la economía. La cooperación es, de hecho, connatural a la existencia, solo que esa porción de la historia se nos estaba olvidando. Desde mediados del siglo pasado en forma más contundente, y por supuesto a partir del pensamiento de grandes visionarios de épocas anteriores, hemos venido permitiendo la emergencia de acciones colaborativas. Por ello organizacionalmente hablamos desde hace rato de trabajo en equipo. Necesitamos pasar del discurso a la concreción, de la teoría a la práctica.
Aprendemos mejor en equipo. Si bien abandonar la competencia tomará varios años más, sí podemos fomentar la solidaridad desde nuestras familias, estimulando la cooperación entre hermanos más que la competencia. Otro tanto en la escuela, el trabajo, la pareja… Sin duda, aprendemos mejor si nos juntamos. ¡Podemos!