El maestro Francisco Gutiérrez, uno de los grandes pensadores de la educación en América Latina junto con Paulo Freire, Cruz Prado y Claudio Naranjo, hablaba de aprendientes, los sujetos en quienes ocurre un aprendizaje consciente, pues han tomado la decisión de serlo. Si en verdad queremos resolver cada día los problemas que la vida nos plantea, desde solventar la economía doméstica hasta desarrollar grandes inversiones, desde qué hacer con las emociones hasta por quién votar en las próximas elecciones, necesitamos esa actitud de aprendientes, de permitir que nuevos planteamientos ingresen a nuestra vida para contar con más elementos que nos permitan obtener grados de libertad superiores a los que tenemos ahora.
Ser aprendientes equivale a tener mente de principiantes todo el tiempo. Quien se cree producto terminado, pensando que su verdad es la única posible, puede sentirse pleno con esa visión de la realidad, pero corre el riesgo de estancarse, dando vueltas alrededor de sus propias ideas, escuchándose a sí mismo, sin percatarse de la vastedad del mundo y sus infinitas posibilidades. La terquedad es un gran obstáculo para el aprendizaje. Claro, tener ideas fundamentales sobre las cuales podamos construir la existencia jornada tras jornada es clave; el problema es cuando esas ideas son rígidas estructuras de concreto y acero, no de guadua, ese tipo de bambú que resiste tanto o más que el acero, con la ventaja de su gran flexibilidad que le permite inclinarse, balancearse, danzar con los vientos de cada día. Necesitamos ser flexibles, combinar acertadamente nuestros lados derecho e izquierdo del cerebro. A cada ser le llega el momento de serlo...
Ser flexible ante nuevas ideas, tener con ellas mente de principiante, no significa renunciar de entrada a aquello que ya conocemos, pues esos aprendizajes hacen parte de nuestra historia. Sí significa establecer un diálogo juicioso ente lo que ya sabemos y lo nuevo, reconocer vínculos, profundizaciones, oposiciones y complementariedades. Tenemos derecho al diálogo de saberes en nuestra propia interioridad, para tomar decisiones en forma sensata. Si en ese intercambio no encontramos nada que agregue valor a nuestra vida, soltamos lo que nos ha llegado recientemente y ya; crecimos, pues el ejercicio en sí es muy valioso. Si en esa nueva información -al darnos el permiso real de llegar a nosotros- encontramos valor agregado, podemos darle la bienvenida para transformarla en dato, darle sentido y vivirla. En ese escenario crecemos aún más.
La clave del desarrollo es, entonces, no solo ser aprendientes sino desaprendientes y reaprendientes, para que cada vez con mayor consciencia abandonemos aquellas ideas que no nos sirven y construyamos nuevas. Somos más que nuestros pensamientos, pues van, vienen y en realidad no nos definen. No somos nuestros razonamientos, como tampoco nuestras emociones; no somos nuestros prejuicios, como tampoco el resto de condicionamientos que hemos construido. La libertad esencial depende de cada uno de nosotros, pero el apego a nuestras cadenas puede ser tan grande que los barrotes mentales nos impiden ser aprendientes. En la vida hay más que lo conocido, mucho más.