Europa está destrozada. Eso no es nuevo, pero solo hasta ahora queda en evidencia.
Y si algo ha sacado a flote esta situación es la invasión de Rusia a Ucrania.
De hecho, los europeos se ufanaban de que no volverían a vivir guerras en su territorio.
Pero no supieron defender oportunamente a Kiev y, en el fondo, también han sido invadidos por el Kremlin.
Si ellos, y los norteamericanos, hubiesen asistido a Ucrania con una mínima parte de lo que ahora destinan a combatir a Putin, este no se hubiera atrevido a invadir.
Lo cierto es que ahora, ya inmersos en la guerra, no saben qué hacer con ella.
Por supuesto, la guerra será prolongada y conviene recordar que Moscú tiene vasta experiencia en guerras de largas duración.
Para poner tan solo un ejemplo, Putin tardó 20 años en controlar a Chechenia; pero persistió hasta lograrlo.
Ahora no quiere ocupar a Ucrania entera, aunque está claro que no se detendrá hasta dominar el área que requiere para no sentirse asediada desde el vecindario.
Así que mientras los europeos se desangran proveyendo armamento y recursos a Ucrania, Rusia engrosa sus arcas vendiéndoles energía a precios desorbitados.
Y para debilitarlos aún más, dejará de venderles gas en el invierno, sometiéndolos a incalculables agobios.
Entre tanto, seguirá ofreciendo el excedente a sus aliados, que no desperdiciarán la ocasión para adquirirlo.
En síntesis, todo esto ha puesto de manifiesto la astenia europea: el agotamiento, el desconcierto.
Pero la fragilidad europea no es tan solo económica. También es política y militar.
Los entuertos económicos (los costos) solo sirven para comprobar que lo peor es la animadversión entre ellos mismos.
Turcos contra griegos, serbios contra kosovares, griegos contra macedonios, turcos contra suecos y finlandeses; polacos contra alemanes, húngaros contra franceses. Etcétera.
Dicho de otro modo, las posibilidades reales de desalojar a Putin son remotas, las de derrotarlo son nulas, y las de sufrir pérdidas incontrolables de multiplican a diario.
Es cierto, como en casi toda guerra de larga duración, que los ucranianos han conseguido algunas victorias tácticas, pero también lo es que se magnifican para elevar la moral de combate.
Y también para justificar ante los ciudadanos la hemorragia de recursos necesarios para mantener gobernable a Kiev.
¿Será sostenible una guerra tan onerosa que, como si fuera poco, estará ligada a una reconstrucción aún más exigente y absolutamente costosa?
Para ser francos, con esa atomización occidental, la alianza entre Rusia y China no tendrá que esforzarse demasiado para proseguir -cada uno en su radio de acción- el expansionismo imperial, dosificado y gradual, pero al fin y al cabo progresivo.
En resumen, el déficit, o vacío de liderazgo estratégico que padece la Europa de hoy, es lo que explica semejante debacle y desazón.