Lo que era imprevisible en América Latina; lo que no podía pasar…, pasó. Su economía más estable, el país con los más altos niveles de bienestar, miembro de la OCDE desde 2010, con un PIB per cápita en 2019 de cerca de 14.900 dólares, el cual, para referencia de los lectores, es más del doble del nuestro, de apenas 6.432 dólares; Chile, el “de mostrar”, fue presa, a finales de 2019, del “Estallido social”, que no es sino un eufemismo para la vorágine de violencia orquestada que recorre el mundo tratando de “socializarlo”.
En esta parte del continente la dirección oculta de esa orquesta estuvo a cargo del Foro de Sao Paulo (1990), que hoy renace con cara lavada bajo el nombre de “Grupo de Puebla” (2019), ciudad donde nació también -qué casualidad- el “Documento de Puebla” (1979), el manifiesto de la “Teología de la Liberación”, por la que se hizo matar Camilo Torres en 1966 y en la cual militaron el “cura Pérez”, comandante del ELN en los 80, y su compatriota Domingo Laín, en cuyo nombre todavía cometen los elenos toda suerte de atrocidades.
¿Qué pasó en Chile? ¿Por qué un aumento en las tarifas de transporte en octubre de 2019 terminó en un “borrón y cuenta nueva” constitucional sin participación del actual Congreso, como ya ordenó el pueblo en el plebiscito con una aplastante mayoría de más de 7 millones de votos?
¿Cuál es el problema con la Constitución? Sencillo. Su único problema es haber sido expedida durante la dictadura, lo que la hace “ilegítima” para la izquierda y para muchos “centristas” -en todas partes se cuecen habas-, aunque los llamados “enclaves autoritarios” que limitaban el quehacer político hayan sido eliminados en 1989 y 2005.
El problema es la concepción de economía de mercado y democracia liberal que la inspira, de “Estado subsidiario”, es decir, del Estado que no se mete en todo y le abre puertas a la iniciativa privada con debidos controles, inclusive en los temas sensibles de salud y educación, algo que aborrece la concepción estatista de la izquierda, que prefiere un Estado metido en todo, aunque en todo sea paradigma de ineficiencia y corrupción.
Hacia allá apunta la protesta callejera violenta: educación exclusivamente pública y gratuita; salud exclusivamente pública y gratuita, pensión universal a costillas del Estado y salario mínimo universal a costillas del Estado, objetivos deseables pero imposibles, populistas, inclusive para economías boyantes.
Hacia ese populismo costoso se orientó Piñera con la “Nueva Agenda Social”, una serie de medidas adoptadas bajo la presión extorsiva de la violencia y acompañadas de un “mea culpa” injustificado que se percibió más como debilidad. Un sacrificio fiscal inmenso en plena pandemia, que no fue suficiente para la izquierda, pues de lo que se trataba no era de pedir, sino de “rebarajar” para inducir el cambio hacia el progresismo.
Así es; Chile dio un peligroso salto al vacío en medio de esa idea de que “El cambio es el progresismo”, la cual -adivinen- es el eslogan del Grupo de Puebla, que ni dictado por Petro, quien, curiosamente, no registra entre sus fundadores.
Una nota final. Durante décadas el país “de mostrar” en Latinoamérica era Venezuela, destronado hasta 1998 del primer puesto en PIB per cápita. Hoy es el cuarto más pobre de la región, superando apenas a Honduras, Nicaragua y Haití, todo gracias al Socialismo Bolivariano “progresista”.
Son muchas lecciones. Hoy asusta Chile y asusta también Colombia, si no logramos aglutinar los valores de la economía de mercado y la democracia liberal, de cara a las elecciones de 2022.
@jflafaurie