“Iré a otra tierra, hacia otro mar, /y una ciudad mejor con certeza hallaré/. Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado/ y muere mi corazón/lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez/” me dije un buen día luego de 20 años en Bogotá y cuatro en Cartagena y regresé a Cali, mi patria de infancia, quizás obedeciendo a Kavafis: “Volverás a las mismas calles/. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez/; en la misma casa encanecerás”.
Capa por capa hay que leer a esta Cali preelectoral, “pétalo a pétalo” como cuando uno pela una cebolla, aunque no halle la belleza contenida en la oda de Pablo Neruda. Cali no es una ciudad homogénea (Bogotá tampoco); es una urbe negacionista (como lo es con creces Cartagena); es una capital estancada, a mitad de camino entre la construcción y la destrucción y muy lejos de la deconstrucción ontológica, existencial y política que tanto necesita.
El estallido social mostró a la Cali autista y ensimismada que había otro mundo, ese oriente explayado que nunca figuró en los mapas; y otras voces, la del 30% de la población negra o la de los jóvenes, 24% de los caleños tienen entre 14 y 28 años, que solo aparecen en noticias judiciales y de entretenimiento.
El mundo cambió hace rato, pero el discurso de los 13 candidatos a la alcaldía de Cali es un calco de otros tiempos; “el lenguaje te delata” advirtió Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus, pero estos 13 no lo saben y siguen instalando con sus propuestas mesiánicas a esta ciudad en una minoría de edad kantiana.
Si se cumple el presagio de Guarumo, nos gobernará Roberto Ortiz (con 9,3% de favorabilidad), dueño la empresa de chance Chontico Millonario, y Cali se volverá la representación de La Lotería de Babilonia, de Borges: “En principio ofrecía premios pecuniarios a las personas que podían participar, pero crece en complejidad por interés de los mercaderes y los usuarios del sorteo, hasta ser gobernado por una compañía que decide la suerte de todos los hombres”.
O queda en suerte, Alejandro Eder con 5,8% de probabilidad; pero su discurso no es el de la alteridad: “nos toca convivir”; o tendremos que padecer los vaivenes éticos de Diana Carolina Rojas, con 5,7%, muy obsecuente con sus exjefes y poco valiente frente a presuntas encerronas; o la confusión epistemológica de la exsecretaria de salud pública Miyerdandi Torres, con 4,4%, convencida de que es lo mismo luchar contra el Covid 19, que con la inseguridad, como si Cali fuera un virus.
Sentada a manteles en Miyabi Japanese Cuisine de Granada, veo que de una moto se baja un hampón con revolver al aire a atracar un estanco. No pasa nada. Sálvese quien pueda; 82% de percepción de inseguridad, 47 % de trabajo informal, 30 % de hogares pobres, y los 13 candidatos, estancados.
“… la ciudad es siempre la misma/ La vida que aquí perdiste/ la has destruido en toda la tierra”.