La capacidad de auto-observarnos es un gran privilegio que tenemos los seres humanos, pero no hemos aprendido a verlo ni usarlo. Nos miramos en el espejo al cepillarnos los dientes, peinarnos, afeitarnos o maquillarnos, pero no siempre lo hacemos con el foco puesto en lo que estamos haciendo: cepillarnos los dientes, peinarnos, afeitarnos o maquillarnos. Aunque suene redundante, solemos hacer esas actividades pensando en cosas totalmente diferentes: la agenda del día, las horas de sueño que nos faltaron, las cuentas por pagar o las fiestas por celebrar. Nos cuesta trabajo estar plenamente presentes. Entonces, si mirar nuestro aspecto en el espejo con total consciencia nos cuesta trabajo, dirigir la mirada hacia nuestro interior en medio de la cotidianidad de la existencia es aún más difícil. Y posible.
La gran paradoja del ojo es que todo lo ve, menos a sí mismo. Por ello nos resulta tan fácil ver las acciones de los otros, reparar en los detalles, establecer conexiones e hilar fino sobre por qué se comportan de tal o cual manera. Para desarrollar maestría en la observación de los otros solo necesitamos estar inmersos en la cultura: cuando éramos análogos ya existían el chisme y la comidilla con relación a las actuaciones ajenas, la exageración, los juicios y las condenas; ahora, desde lo digital el mundo es absolutamente panóptico. Hay cámaras por todas partes y donde ni siquiera lo imaginamos, la necesidad de ver se ha incrementado, al igual que la pasión desenfrenada por mostrar y hacer pública la vida privada para coleccionar likes. Mucha auto-gratificación, escasa o nula auto-observación.
¿Para qué nos serviría mirarnos hacia adentro? Para resolver eso que nos ocurre a todos los seres humanos, sin importar el color de piel, de pelo, la filiación política o religiosa, el oficio que hagamos o los sueños que tengamos: la vida, con todo lo que trae. Nos serviría para hacer un escaneo de eso que nos ocurre: alegría, ansiedad, plenitud, miedo, rabia, frustración, exaltación, dolor, sufrimiento. Se trata de reconocer ese lugar emocional en el que estamos parados, desde dónde actuamos y cómo sentimos. Podemos empezar por auto-observarnos después de la acción: me faltó seguridad para decidir; sentí miedo, me apresuré, pude haber tenido más claridad, me arriesgué innecesariamente, dudé, agredí, me hice trampa, actué con asertividad, me sentí feliz, no lo volvería a hacer o sí.
Para auto-observarnos es importante soltar los juicios, dejar de castigarnos y aceptar lo que hay. Desde allí podemos identificar nuestras fortalezas y debilidades, reconocer nuestras zonas de confort, obtener información clave para cambiar lo que no funciona y potenciar lo que sí, a fin de estirarnos hacia nuestras zonas de aprendizaje y expandir la consciencia para relacionarnos mejor con nosotros mismos y los demás. El reto está en dedicar menos tiempo para exhibirnos y mirar al otro, a fin de estar presentes en nuestras propias vidas. Podemos usar aquí y ahora ese privilegio de reflexionar y adentrarnos en nuestro ser, para vivir mejor. Puede ser momento para aceptar el reto.