No estoy hablando de ningún incómodo y camorrero vecino que anda en búsqueda de la guerra como eficaz factor de distracción a los grandes problemas que padece su país. No me refiero al que en gesto inamistoso nos paseó frente a nuestras narices unos bombarderos nucleares rusos para amedrentarnos cual matón de barrio, que irrumpe acompañado de una cuadrilla de maleantes con pistola al cinto en un tranquilo salón donde sólo hay gente pacífica y amable.
Hablo del nuestro, del Quijote que siempre anduvo en pro de la paz.
Así llamábamos nosotros a Belisario Betancur de manera cariñosa, con ese apodo que era una forma abreviada y distorsionada por su supuesto de su nombre.
Así que es bueno dejar sentado de una vez, que nuestro Belico no era bélico. Todo lo contrario. Difícilmente puede encontrarse alguien que buscara más tozuda y decididamente esa esquiva paz.
Los medios de comunicación de la época, 35 años atrás - ¡tampoco son tantos!, para abreviar las noticias que tenían que ver con el célebre expresidente, solían referirse a él con sus iniciales, BB. Recuerdo el titular de un periódico capitalino: “mañana llega país BB”. Algunos despistados de la realidad política, llegaban a pensar que era Brigitte Bardot, no Brigitte Baptiste, la diva del cine del momento quien hacía su arribo a Colombia.
De origen muy humilde, proveniente de una familia campesina, se hizo a pulso pasando toda suerte de carencias y dificultades; amante de las letras, poeta, Abogado prófugo del seminario, luchador incansable, participó durante varias contiendas presidenciales, hasta que al fin llegó al Palacio de Nariño, repitiéndonos hasta el cansancio con su voz como cantando que “si se puede”, estribillo que nadie olvida.
Yo era apenas un muchacho que ni siquiera tenia cédula para poder votar, pero aun así le hice campaña como si en ello me jugase la vida, seducido por el fervor que despertaban en las masas las tesis de este hombre que venía de tan abajo.
Precisamente en el certamen electoral en el que quedó electo como presidente, casi acabo con el carro familiar, un Renault 4 de color beige, que al final no se sabía de qué color era, pues todo el costado derecho quedó hecho un desastre, cuando me chocó un Simca de color vino tinto que era conducido por un profesor del colegio a quien apodábamos “muñeco”, y quien era precisamente uno de los directivos de la campaña Belisarísta. Ni modo de cobrarle los daños a Muñeco. Todo quedó entre “copartidarios”. Y para rematar, la noche de la celebración, mientras felices íbamos en caravana, otro copartidario olvidó frenar su vehículo e impactó por detrás al amigo fiel, que así llamaban al Renault 4, dejándolo como bocado de guerra.
Era tanto el fervor, que en bus viajé a Bogotá durante más de ocho horas, y logré pasar varios cordones de seguridad hasta ubicarme estratégicamente en la Plaza Núñez, contigua al congreso, sólo para verlo pasar por la alfombra roja rumbo a su posesión ese 7 de agosto de 1982.
De su gestión como presidente de los colombianos la historia dará su veredicto. Aún es muy temprano para apreciarse. Es la distancia del tiempo la que permite ver mejor los resultados. La de éste y cualquier otro mandatario. Aquí y en cualquier otro país del mundo.
Lo cierto es que porfió cual más en la búsqueda de la paz. Y que a cambio recibió la bofetada de quienes causaron el holocausto del palacio de justicia. Que el suyo fue un mandato rodeado de tragedia, pues también ocurrió el desastre de Armero y el terremoto de Popayán.
Se retiró de la vida pública, de la política, y regresó al mundo de donde provenía, al de la cultura, las letras y la poesía. Tranquilamente pasó sus últimos años en la idílica Barichara, donde seguramente desde el recogimiento habrá de haber celebrado para su goce interior, la firma de una paz que fue precisamente El, quién mostró y señaló su camino.
Viajó a la eternidad Belico, el nuestro, el soñador de la paz.
Ojalá Dios se acuerde del vecino, que anda buscando guerra. Digo, pues ... para sembrar paz en su corazón. ¡Mal pensados! ejemmmm