En el proceso para elegir al sucesor de Barak Obama, -buen presidente- excelente orador y primer hombre de color en representar a sus compatriotas, está el candidato Donald Trump, republicano reciente, quien disiente del Papa, considera débil a la nación, ineficaz a la justicia, torpes a los funcionarios, corruptos a los militares, promete construir muros, terminar convenios comerciales, desmantelar el Tratado del Atlántico Norte, acabar con los yihadistas a mazazos, alterar las relaciones internacionales, someter a los pueblos y gobiernos de Latinoamérica a su arbitrio, se apoya en “blancos enojados” a quienes les dice “tienen que creerme” para involucrarlos en su campaña de salto al vacío. Parte de éstos lo respaldan sin rechazar su demagogia.
Sus votantes provendrán no solamente del grupo así denominado. Habrá quienes quieran “autoridad,” otros que gustan de la camorra y la estridencia, migrantes con residencia que piensan que les va mejor si cierran fronteras, importándoles un bledo las posibles violaciones de los derechos humanos y los que irradian pesimismo considerando que si pierden una crisis de gobernabilidad afectaría a Norteamérica y al mundo.
Los habitantes del planeta estamos relacionados con los Estados Unidos. Si este país relativamente joven no existiera sería peor el desorden mundial. Es una nación que defiende los valores fundamentales, obtuvo su independencia, salió bien librado de la guerra civil, se industrializó, superó la gran depresión, triunfó en las dos guerras mundiales, en la fría, mientras el comunismo rampante desaparecía de la tierra y el capitalismo se socializaba. Allí millones de inmigrantes han construido sus hogares, entre ellos miles de colombianos.
En los Estados Unidos existen desigualdades internas, violencia, rezagos de conflictos raciales y droga. Los cincuenta Estados de la Unión muestran diferencias, hay inconformidad en sectores de la población porque los gobiernos no siempre aciertan. Sin embargo es una potencia con ideología, sobresale con cultura, centros académicos de primer orden, investigación científica, innovación, tecnología, ciudades y campos en movimiento así como en influencia. Mandatarios demócratas y republicanos, apegados a los valores de los fundadores, han trabajado dentro del marco constitucional.
No vivimos en Estados Unidos, ni sufragamos en sus elecciones pero anotamos desde afuera la conveniencia de que gane Hillary Clinton porque ella lleva la antorcha comprometida con la democracia: “no construiremos un muro, sino la economía para aumentar el trabajo bien pago.”
El resultado definirá la relación entre el poder y los principios. El terrorismo del Estado Islámico, en guerra contra el planeta, no terminará con amenazas, ni el orden mundial se conseguirá bajo un esquema discriminatorio como tampoco coincidirán los negocios múltiples de Trump en países subdesarrollados con el interés general. En los discursos pronunciados en las dos convenciones partidistas los lenguajes contrastaron y los perfiles resaltaron. No es comprensible clamar por la división, sino preservar la unidad nacional.