Cada año pasan muchas cosas. Las que pasan de verdad, las que nos cuentan a medias y las que pasan ocultas o pisoteadas por los malos acontecimientos. Consultados varios medios de comunicación internacionales, las buenas noticias no faltan y son, si se quiere, un bálsamo para “nuestra pobre humanidad agobiada y doliente”, como reza la Novena de Aguinaldos, tradición grancolombiana que por estas fechas festeja la noticia más difundida en el llamado Occidente, que no es otra cosa que el oriente de Oriente.
¿Cosas buenas para quién? cabría preguntarse. Pues las que influyen en positivo a una mayoría, podría responderse. Como que la deforestación de la Amazonia se ha reducido, gracias a que el gigante brasilero pasó a manos más sensatas y es de esperar que quienes piensan al revés, entiendan que arrasar esta selva impacta a todo ser vivo, incluso -por ejemplo- a un pescador que vive en Camboya y no sabe qué es la Amazonia.
Han pasado cosas nimias, pero no tanto, como que las salas de cine reencontraron su público y se niegan a desaparecer; así como persiste la radio o el hablar mirándose a los ojos. El efecto “Barbieheimer”, dos películas basadas en fenómenos no muy edificantes, pusieron en pantalla historias que atraen por lo fútil o por lo inútil. Muñecas y muñecos en mundos prefabricados, o la fabricación de juguetes para acabar con el globo globalizado. La gente vuelve al cine, eso está bien, sobre todo si se aprovecha la oscuridad para besarse.
De la COP28 llegaron promesas difusas, que al menos abren ventanas al optimismo, como el del vaso medio lleno, siempre y cuando quede agua. Veintiocho reuniones acerca de la “agenda climática” que pretende reducir las emisiones, estabilizar en incremento del clima, evitar la subida de los mares, abandonar los combustibles fósiles, impedir la desaparición de la niebla, bla, bla, bla. ¿Utopía? Quizá. Se seguirán haciendo esfuerzos, pactando pactos, acordando acuerdos, pero lo deseable sería que se cumplan pronto y no esperar a que la COP100 se celebre en las playas del Himalaya.
También el 2023 dio paso a recordar efemérides. Buceando en Internet, se encuentra la conmemoración de los 60 años de “Please, please me”, el álbum que desató la beatlemanía; o los 30 años de la muerte de Pablo Escobar, que desató otra clase de manías, o los 50 años de la primera emisión del Chapulín Colorado. Es propio aclarar que el influjo de esta suerte de héroes agrade o no al personal de la galaxia; es cosa de cada quien y de cada cual.
Buenas Nuevas como las que abre la ciencia, que no se detiene y se empeña en arrimar el seso en campos como el de la salud. Por ejemplo, se han hecho adelantos en el tratamiento de dolencias como el Parkinson, descubriendo un diagnóstico precoz o la implantación de neuroprótesis; asimismo la creación de un fármaco experimental para un tipo de leucemia que alienta el futuro de muchas personas así falte tiempo para que se hagan realidad y sean asequibles.
Y una última, el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Narges Mohammadi, activista iraní, que desde la cárcel sigue porfiando frente al dislate opresivo de los dirigentes de aquel país contra la mujer y los derechos de sus ciudadanos. ¿Sirve de algo? ¡De mucho! ¿Cambia las cosas? No tanto.
Noticias alentadoras para la Tierra, para el entretenimiento, para el bienestar, para la paz. Paz, ¡qué gastada está la palabreja! La paz -como las Buenas Nuevas- empieza cada mañana cuando nos miramos al espejo: de frente y con la cara tal cual.