Carlos Alfonso Velásquez | El Nuevo Siglo
Lunes, 24 de Noviembre de 2014

Lo militar con lo político 

 

Es altamente probable que cuando se publique esta columna, tanto el general Rubén Alzate como el cabo Jorge Rodríguez y la abogada Gloria Urrego hayan sido entregados a la Cruz Roja; también los dos soldados que durante combates en Arauca cayeron en manos de las Farc. No se corren mayores riesgos con afirmarlo, basta con mirar objetivamente la realidad. Y ésta dicta que con lo del general Alzate y sus acompañantes se les presentó a las Farc una ventana de oportunidad para ratificar que le están apostando todo o casi todo a lo político y muy poco a lo militar.  

Y si extendemos la mirada a los principales eventos relacionados con el conflicto armado que han ocurrido desde que Santos asumió su primer gobierno podemos ver que dicha apuesta (o actitud estratégica) la han venido implementando paulatinamente. Pareciera que  desde que los dirigentes de las Farc sopesaron el hecho de que el expresidente Uribe incurrió en el error estratégico de no saber explotar políticamente para el Estado los éxitos de la política de “Seguridad Democrática”, decidieron que para alcanzar sus propósitos de acceso al poder lo mejor era darle prevalencia a lo político dejando las acciones militares solo para respaldar eventualmente posturas políticas y ante todo para demostrar que no están derrotados.

No obstante lo anterior, si se observa la interacción entre lo político y lo militar-en posturas y hechos- durante los períodos Santos, es de inferir que a pesar de haber decidido negociar políticamente la terminación del conflicto (léase prioridad a lo político), la estrategia estatal ha sido, en diferentes circunstancias, por lo menos ambigua en lo que tiene que ver con la prioridad otorgada a lo político o a lo militar, como si fueran componentes que pueden avanzar por carriles no convergentes. Si no es así ¿cómo entender que antes de decidir suspender la negociación de La Habana, el Presidente se haya reunido por separado con el Ministro de Defensa y el alto mando militar y los negociadores del Gobierno?

Al respecto se podrán encontrar razones que lo expliquen como, por ejemplo, la necesidad de neutralizar la oposición uribista. Pero el problema está en que esa ambigüedad abre la puerta para que se pierda la iniciativa estratégica colocando en riesgo una adecuada terminación del conflicto armado. Así las cosas urge repensar la respuesta, entre otros, a los siguientes interrogantes:

¿Puede seguir la mesa de La Habana funcionando “desconectada” del ambiente político-militar del país? En últimas, ¿cómo acoplar estratégicamente -en la forma y en el fondo-  lo militar con los fines y propósitos políticos? Y hablo de “repensar” pues las respuestas con las que, al parecer, ha venido trabajando el Gobierno, ya demostraron que, por lo menos, son insuficientes.