CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Marzo de 2014

No algo sino ¡mucho anda mal!

 

La  crisis de legitimidad del ejercicio de la política en Colombia se evidenció con los resultados de las recientes elecciones, pese a las esperanzas de relegitimación del Congreso que se habían suscitado.

Dichas esperanzas se suscitaron desde cuando se oficializó el hecho, inédito en la historia política, de que un popular expresidente encabezaría una lista al Senado. De ahí que los otros partidos dedicaran buena parte de sus esfuerzos a armar “listas fuertes” empezando por quienes las encabezarían. De ahí que en un país presidencialista se le diera mucha más importancia a las campañas al Congreso que a las de Presidencia. Tanto así, que entre no pocos políticos de profesión se vieron las primeras como las que concitarían el entusiasmo que no habían logrado despertar las campañas a la Presidencia de la República.

Sin embargo, dichas esperanzas de relegitimación recibieron un “baldado de agua fría” con los resultados que muestran una reconfiguración cuantitativa que no cualitativa de las fuerzas políticas. Pero lo más preocupante es que los resultados acusan un ostensible déficit de representatividad que horada aún más la legitimidad.

Aproximadamente 57 de cada 100 colombianos no votaron por Senado. Es más, si sumamos las cifras de votos nulos, no marcados y en blanco -las cifras de los últimos (casi el triple de lo que fueron en 2010) demostrando que no se trata de una moda sino que gana terreno- podemos afirmar que 70 de cada 100 colombianos no incidieron para nada en la elección de “los padres de la patria”, denominación ésta que hoy día suena vacía por la hipocresía que en ella se percibe. Y si observamos el llamado “voto de opinión” el cual tiende a expresarse más en las principales ciudades encabezadas por Bogotá, la cuestión es más diciente: 74 de cada 100 bogotanos se abstuvieron de votar.

Ahora bien, si además tenemos en mente que la herencia de la parapolítica en el Congreso -para solo hablar de una de las manifestaciones de corrupción- seguirá intacta y con representación de nuevos caciques con sombras, la conclusión nos lleva a un “pronóstico reservado” para la legitimidad de nuestra democracia.

Y no es que los colombianos seamos escépticos con la democracia en sí misma, el escepticismo actual es hacia los políticos de profesión. Recordemos lo acontecido en Piedras (Tolima) o miremos lo que acontece en Monterrey donde los ciudadanos lograron que el Tribunal Administrativo de Casanare dispusiera que antes del fin de abril se realizara una consulta popular sobre el futuro de un proyecto petrolero, lo cual hizo que la Procuraduría advirtiera al alcalde sobre una posible extralimitación en sus funciones.

Así las cosas, lo que está ocurriendo es que los políticos de profesión, los partidos, no están tramitando los problemas principales de los ciudadanos sino los de sus clientelas, pues su norte es el poder y no el bien común. Contrariando a Lincoln nuestra democracia se podría definir como “el gobierno sin pueblo”.