La regresividad es constante en Colombia, donde “las cosas de palacio siempre van despacio”. Veinte años después de empezar a corregir los estragos que dejó la zona de distensión, en El Caguán, decretaron al Cauca como zona de paz y esperanza para la transformación y renovación con oportunidades, cuyo caótico acrónimo es Petro: País En Total Retroceso Ortodoxo.
En Veinte años Después, Dumas caracterizó la disolución de los copartidarios que terminaban defendiendo diferentes bandos. Demandó a los “malos jueces que compraban favores a expensas de la miseria del pueblo” (Tomo I, Pg. 11); confrontó la trata estatal, que “recomienda la economía” (Tomo II, Pg. 183), desafió el incumplimiento del acuerdo-pacto entre facciones que sólo “reconocen verdugos” (ídem), y cuestionó tanta farsa, concluyendo que “casi nunca pasan los juicios políticos de ser meras formalidades” (Tomo II, Pg. 187).
La elección de Petro está manchada por la presunción de “laxitud” (i.e. ilicitud); cuando se posesionó no radicó los proyectos de ley con las reformas que juró haber preparado para su campaña; para redactarlas, bajo presión, tuvo que improvisar un equipo que sigue desorientado. Luego se victimizó, denunció un golpe blando y terminó convocando marchas, para disimular una inminente derrota electoral.
Su desgobierno sólo es otro síntoma del persistente “esta-do fa-llido” o “estallido”, según su composición léxica. Igual, desde la promulgación de la vigente constitución, ningún expresidente tiene aceptación mayoritaria, y tampoco suelta el poder: todos desperdiciaron su oportunidad, pero se autoinvitan para defender lo indefendible o criticar destructivamente a los demás.
Además, mantienen chantajeadas o secuestradas a las maquinarias; por eso el péndulo electoral sigue oscilando entre el ensayo y el error: el castigo contra Duque fue la eliminación del establecimiento en primera vuelta, y a Petro podría sustituirlo Cabal o Claudia, porque pertenecemos “a una generación desgraciada, que se encuentra a disgusto”, y sin ilusiones decide “cambiar todo para que todo siga como está” (El Gatopardo, Pg. 30/154).
Respecto al malogrado gobierno del cambio, Gramsci anticipó que “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados” (Cuadernos de la Cárcel. Tomo 2, Pg. 37).
Paralizada por el conformismo o la indeterminación, Colombia permanece estancada entre la “vagancia” y la “vacancia”. El exceso de ausentismo y la falta de quórum contagiaron a todas las ramas del poder, tanto como la corrupción; y cualquier solución se dilata o frustra convocando a alguna «subcomisión», con afán de encubrir el presentismo u oportunismo.
Déspotas, los altos cargos del estado son designados de manera antidemocrática; el clientelismo predomina en nombramientos que siempre generan sospecha, o sabotea las respectivas elecciones. Respecto a los nombramientos, muchos están enredados, encartados o encargados. En cualquier caso, antes, durante y después de los comicios, el país se autodestruye; finalmente, los interesados conciertan para delinquir, y atentan contra la ciudadanía.
Colombia ostenta el estatuto tributario más inestable e inefectivo del mundo. También es el reino de la negligencia médica y la incompetencia académica-empresarial. Y es el paraíso de la burocracia interina, donde los presuntos dignatarios se dedican manejar los asuntos estatales serpenteando, para trepar ramas del poder o saltar entre ellas, como hizo la actual procuradora o Petro nombrando “al aura rapaz”.
Los comicios locales deberían declararse desiertos, tal como sucede con la contratación cuando la competencia y cualquier opción de cambio parece estar vetada, porque los caudillos, capos y delfines no tienen rival.