Escuchar, ver o leer las noticias puede ser un ejercicio bastante desalentador. Sí, lo que más vende es el escándalo del momento, que como es de esperarse se renueva a una velocidad vertiginosa. Bueno, no es necesario que me detenga en la evidencia, pues de todo eso y mucho más están hechos las noticias de la jornada, cada día. Y todo ello es necesario decirlo, por supuesto, pues resulta un ejercicio sano ver las sombras; el punto es qué hacer con ellas. También hay, para hacer honor a la verdad, espacios dedicados a lo amable, luminoso y amoroso que pasa en medio de la vorágine cotidiana. Esos son los hechos que por lo general nos reconcilian como humanidad, que nos ayudan a seguir esperanzados en la gente y que posiblemente son muchos más de los que nos muestran o incluso de los que queremos ver. Sí, el tema es cuestión de enfoque: ¿Qué queremos ver de la humanidad?, ¿Cómo queremos verlo?
Por supuesto esas dos preguntas tienen múltiples respuestas, dependiendo de un sin número de factores que van desde la apuesta espiritual de cada quien hasta si se tiene una cuenta abultada en un banco o no, pasando por las vivencias acumuladas a lo largo de los años. Desde allí, miramos lo que ocurre con ojos de juicio y condena o de amor y compasión; en cada mirada del observador está la representación del mundo. Yo elijo ahora inclinarme más por lo segundo que por lo primero, tarea que no es fácil. De hecho, durante muchos años hice en este mismo espacio crítica social y política, logrando más engrandecimiento de mi ego que transformaciones personales o sociales. Tampoco me arrepiento, pues todo tiene su tiempo, de todo se puede aprender y cada experiencia es valiosa para lo que viene luego.
Hoy prefiero tener fe en la humanidad que somos, con nuestras luces y también con nuestras sombras. Acojo y acepto tanto lo sombrío como lo luminoso -empezando por lo que hay en mí-, pues los dos hacen parte de la vida, como lo reflejó magistralmente el claroscuro del barroco. Más que una visión romántica es una apuesta incluyente, pues todos nos equivocamos y vamos danzando entre tinieblas y resplandores, ya que sin contraste no sabríamos diferenciar lo dulce de lo salado. Esta dimensión existencial no es de ángeles, aunque a veces creamos que lo somos y nos adjudiquemos el derecho de condenar al que se equivoca, en lugar de aceptar el error y procurar su transformación. Desde mi condición humana, mi claroscuro, intento aceptar el claroscuro ajeno. Hoy le invito a que también reconozca sus sombras y oscuridades, se acepte con todas ellas y vea los claroscuros del mundo desde los suyos propios. Tarea difícil, compleja, ¡y posible!