Qué dolor ver qué asesinen colombianos. Sin importar su filiación política, ni sus circunstancias, ni su lugar de residencia. Es tremendo vivir en un país donde la sangre de nuestros compatriotas se derrama continuamente, como si la vida no tuviera ningún valor.
Se mata por un celular. Se mata por un malentendido. Se mata porque se piensa distinto. Se mata por proteger el dinero. Se mata por negocio. Se mata por celos. Se mata por rabia. ¿Por qué a algunos la vida les parece insignificante? ¿Cómo puede arrebatársele a las familias sus seres queridos? ¿Cómo no valorar la inmensidad que suponen sus vidas, sus mentes, sus almas?
Vivir en un país donde la muerte ronda constantemente empieza a endurecernos: un muerto más. Pero también deja heridas cada vez más hondas: un padre menos, un hijo menos, un amigo menos. Esos dolores de las heridas abiertas contrastan con la indiferencia que produce la costumbre de lo que debería ser imposible de regularizar.
La pregunta sobre por qué no podemos tener ese básico y elemental acuerdo del respeto por la vida, sigue rondándonos. Tendrá que ver con la despersonalización, con la incapacidad de ver al otro, con la manera de convertirlo en enemigo, en un simple medio. La falta de entender a cada ser humano como un fin; irreductible y valioso.
Precisamente por eso resulta inaceptable la teoría de la extrema izquierda que intenta implantar el senador Gustavo Bolívar, donde cada muerte se la atribuye al Presidente Duque, a Uribe o al Centro Democrático. Hay límites éticos que el debate político no puede pasar.
Una interpretación posible, la más benévola, y por lo tanto la que debemos adoptar, diría que el senador Bolívar utiliza una figura retórica. Decirlo así, le permite generar la línea directa sobre la responsabilidad del Estado de proteger a los ciudadanos. Es una manera de hacer al gobierno responsable de la seguridad. Aún así no es aceptable, muchos de sus seguidores empiezan a pensar que realmente el uribismo está matando.
El uribismo, a diferencia precisamente de esas ideologías extremas, jamás ha considerado que la violencia se pueda justificar, ni siquiera por razones políticas. Ninguna violencia es buena. Ninguna violencia debiera tener cabida en nuestro debate ideológico. Sigo sin entender cómo la idea de los delitos políticos sigue existiendo en nuestro ordenamiento jurídico. En muchos sentidos su existencia ha servido para seguir justificando el uso de la violencia, la opción de la violencia ante la inconformidad o la injusticia.
¿Cómo se construye la paz en Colombia? En esto tampoco nos ponemos de acuerdo. Para mi son evidentes los fracasos del acuerdo de La Habana. Impunidad sin paz. Para otros en cambio, la lista de las negociaciones y las impunidades pendientes es infinita. No tenemos siquiera un acuerdo básico que nos permita derrotar el narcotráfico, que como hemos oído y repetido, financia la violencia.
Ese debería ser el acuerdo central de los colombianos. Pero ahí también aparecen interpretaciones disímiles desde quienes hablan de una legalización (imposible Colombia no podría dar ese paso sin el resto del mundo y las condiciones de los países desarrollados están muy lejos de esa senda). Luego hablan de legalizar la marihuana cuando nuestro problema es la cocaína. Hablan de no fumigar y erradicar manualmente como si no vieran los amputados y asesinados. Hablan de sustituciones voluntarias como si no supieran que los territorios están tomados por grupos ilegales que los controlan.
Pongámonos de acuerdo en algo: derrotemos en narcotráfico. Empecemos por ahí.