Colombia y Argentina | El Nuevo Siglo
Sábado, 23 de Junio de 2018

Churchill decía, “La política no se inventó para que los pueblos vayan al cielo, sino para evitar que vayan al infierno”. Esto explica la convulsionada vida política de todas las naciones, no solo en América Latina, sino en el universo mundo. Nunca, tanto como hoy, los países se necesitan unos a otros desde el punto de vista económico, financiero, cultural, político y cívico.

Resultó especialmente certero el documentado discurso pronunciado con fervor y energía por el Dr. Marcelo Stubrin, embajador de Argentina en Colombia, ante una nutrida y calificada concurrencia, con motivo del día nacional de este prestigioso país. “Los tratados bilaterales, los intercambios en la esfera de los negocios, las ayudas recíprocas son decididamente alentadoras y fuertes. Como los latinos somos diversos, jugamos eficazmente a complementarnos. A veces nos parecemos en aquello de que por épocas sufrimos altibajos. Y de ahí que sea en algunos casos más lo que compramos que lo que vendemos, lo que gastamos que lo que ahorramos y más lo que consumimos que lo que mandamos al extranjero. No son pocos los gobiernos chicos que viven apagando incendios y haciendo lo más urgente, no lo más importante”, dijo.

La hoja de vida del calificado diplomático Marcelo Stubrin es densa y maciza. Siempre en función de servir a la comunidad. Prefiere dar el impulso a recibirlo y le teme, no a la competencia, sino a no ser competente. Es franco, directo, discreto, cordial y muy exitoso como diplomático. En la tribuna sobresale por mover más ideas que palabras, proyectos que adjetivos. Tiene voz vibrante y ademán expresivo. Su agilidad mental llama la atención.

Hablando de Suramérica, en uno de mis últimos libros sostengo esta importante tesis. El mercado laboral en el nuevo mundo se ha visto seriamente afectado por el avasallador avance de la “informática”. La invasión de los ordenadores, los CD-ROM, la internet, los robots y las nuevas formas del software, en todos los órdenes de la vida social –desde el hogar hasta la oficina, de la fábrica al taller, del almacén al laboratorio-, ha desplazado masivamente fuerza de trabajo intelectual y manual. Este ha sido el doloroso precio del progreso en la “sociedad digital”. Muchas de las tareas que hasta hace poco tiempo eran desempeñadas por seres humanos, hoy se confían a las “maquinas pensantes” inventadas por la cibernética para sustituir el trabajo físico y mental del hombre.

Todo esto con el agravante –vistas las cosas desde la perspectiva del empleo– de que esa mano de obra mecánica no se cansa, no se enferma, no se atrasa, no protesta, no pide aumentos de salario, ni hace huelgas, o paros multitudinarios y agresivos. Por lo expuesto desaparece, en este ámbito, la famosa protesta social, derecho fundamental de las masas, arrinconadas y empobrecidas. Así se pone por fuera de competencia el trascendental trabajo humano. El deshumanizado capitalismo, donde pueda sustituir la máquina por el hombre, lo hace resueltamente. Esto le crea complicaciones a todos los gobiernos, desarrollados y subdesarrollados. Ricos y pobres. Blancos y negros.