Hay días en los cuales el sentido de la vida se nos embolata, en los que damos vueltas como los hámsteres en la eterna rueda en la que giran. Nos sentimos molestos con nosotros mismos, con la vida en general; nos hacemos preguntas sin que encontremos las respuestas o ni siquiera tenemos la energía para pensar en ello.
Sí, tenemos días de enredos, de seguir atrapados en las mismas redes conocidas y no nos creemos capaces de soltarnos. No lo intentamos ni queremos. Para algunas personas esta sensación puede representar una exageración o incluso ser desconocida. ¿Días?, se podrán preguntar. Si al caso algunos momentos de duda, pero nada más. Lo cierto es que en el trayecto de la vida tenemos momentos, horas o días en los que saboreamos los sinsentidos, nos vemos cercados por la incertidumbre. Es parte de la vida, que en ocasiones es como un mar embravecido y en otras como un estanque reposado.
Se vale no saber y sentirse perdido. También se vale paralizarse, ensimismarse, llorar, experimentar el vacío y reconocer que en esos estados llenos de dolor, angustia o miedo seguimos vivos, que también hay colores en la oscuridad. Esos diálogos y silencios interiores que tenemos mientras estamos atravesando la penumbra podemos enfocarlos para perpetuar el momento de caos existencial o para construir nuevos órdenes vitales. Es preciso que atravesemos los desiertos del alma, que experimentemos la desazón y la parálisis, pues tienen un sentido en medio del sinsentido. Entonces, la clave para identificar ese propósito último de lo que parece no tenerlo estriba en hacernos las preguntas pertinentes. Generalmente, nos quedamos en los por qués. ¿Por qué me está pasando esto a mí?, ¿por qué justo ahora?, ¿por qué no sé cómo resolver mi vida?, ¿por qué tengo ganas de morirme? Tales cuestionamientos, si bien son válidos, nos mantienen en la zona de confort si no saltamos a otras formulaciones.
Los por qués nos llevan a identificar las causas de lo que estamos viviendo, lo cual constituye una información valiosa, pero no suficiente. Podemos regodearnos saboreando las causas del caos, sintiéndonos víctimas -a veces realmente lo somos- y quedarnos rumiando nuestra desgracia. Podemos solamente tener una visión lineal de lo que ocurre: como me pasó eso, estoy viviendo esto: como me hicieron aquello, ahora estoy como estoy. Para salir de los tiempos de oscuridad, necesitamos cambiar de pregunta: ¿para qué estoy viviendo esto? Llega un momento en que nos cansamos de llorar, renegar, maldecir y lamentarnos. Fue necesario pasar por todo ello, pero ya sabemos que nada de eso nos resuelve la vida.
Las posibilidades se nos amplían si empezamos a preguntarnos los para qués, pues las respuestas empiezan a emerger. ¿Desde dónde? Desde nuestra propia capacidad para reinventarnos, auto-organizarnos y re-crearnos; desde la fuerza vital que nos habita y nos permite identificar recursos, conectar soluciones, generar redes y hacer sinergias. Desde esos colores presentes en la oscuridad que solo esperan un poco de luz para brillar. Nuestra propia luz.
*PH.D en Educación con especialidad en Biopedagogía.