“El viejo puedo lo mismo que el joven, pero con más medida”
Hay que rendirle culto a la juventud “SI”, pero también culto, respeto y admiración a la madurez, a la vejez y a la etapa final de la vida humana. Si la juventud es fuerza, energía, vigor, proyección, esperanza; la vejez es creatividad, reflexión, sabiduría, experiencia, iluminación.
Hasta el trato a la vejez, es impresionante la asombrosa ventaja que nos llevan los países más civilizados del mundo, a los subdesarrollados y atrasados.
Para la China milenaria “la ansiedad es cosa sagrada”. Es la mejor prueba, la longevidad, de una existencia impactante por la práctica de las mejores virtudes del mundo. La armonía, la plenitud del amor, el justo equilibrio en todo, los hábitos edificantes y el enriquecedor manejo de las necesidades materiales, espirituales y morales. China, con Confucio a la cabeza dijo, “no le regale un pez al viejo, enséñale a pescar”. Pero antes, expresó, importa más dar amor, que dádivas. La materia mata, el espíritu verifica.
Caín mato Abel. Es decir, descendemos de un homicida. Por eso el ser humano nace, con una tendencia a la agresividad devastadora. El instinto destructor del niño y del adulto. No solo en el “el estado de ira e intenso dolor” si no en la cotidianidad es alarmante. Marx comentó que la “GUERRA ERA LA PARTERA DE LA HISTORIA” y en todo los conflictos y dolorosas confrontaciones los primeros exterminados son la juventud, los que ponen el pecho a los caños enemigos. Mientras esto ocurre, son los viejos los que asumen el trabajo abandonado por los combatientes. Y como la población viril ha sucumbido, son los viejos los que siempre han reconstruido a las naciones diezmada y aniquiladas. Recordemos a Konrad Adenauer y el anciano Charles de Gaulle.
El viejo está ahí. Con toda la misteriosa sabiduría queda la intensa experiencia. El viejo es leyenda, emblema, orientación, concejo, líder religioso y cívico, eje de la familia, de la sociedad, de la nación.
No solo el poderoso apego a la vida, a los seres queridos, a las delicias que ofrece el mundo es lo que mantiene la vitalidad del adulto mayor, es la certeza de sentirse lucido, apetecido y necesario para los más cercanos y para la misma comunidad. La vejez jamás es enfermedad, de debilidad o de crepitud. El viejo puedo lo mismo que el joven, pero con más medida, ponderación, reflexión. La doctora Aslan -dos veces la entreviste en Madrid y Bucarest- y lo que más repetía era elemental. Yo no hago milagros. Explico que, al cuerpo humano, como a un carro o a una máquina, si se le hace buen mantenimiento, si se refuerzan las células, si en lo espiritual y en lo físico se mantiene toda la fortaleza humana y humanística, necesariamente se garantiza en forma infalible, la más deseable longevidad. Esta doctora, más que una científica, hablaba como una sacerdotisa inspirada. Sus enseñanzas terminaban siendo obvias, sencillas, transparente como el agua que cae de la montaña.