Con la eme de amor | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Marzo de 2017

Existe una gran conexión entre el machismo y las religiones, al menos de este lado de la  Tierra.  Ha sido cuestión de interpretaciones que datan de siglos, transmitidas de padres a hijos y a los hijos de los hijos: el libro del Génesis, incluido en la Torá judía y la Biblia cristiana cuenta que cómo la mujer fue creada a partir de la costilla del hombre.  Ya sabemos que esa narración corresponde a una época y contextos determinados, en una cultura patriarcal.  En las cartas de Pablo de Tarso tanto a los Corintios como a Timoteo aparecen más referencias a la subyugación de la mujer al hombre, en concordancia con las enseñanzas del Antiguo Testamento.  El patriarcado ha pervivido a través de los siglos y continúa generando acciones de discriminación en contra de la mujer.  La cultura patriarcal de la espada ha extraído hijos de las mujeres a las que ve solo como reproductoras de fuerza de trabajo, de la misma forma en que sigue extrayendo la sangre de la Tierra.

La violencia en contra de la mujer sigue presente en múltiples formas, unas más sutiles que otras.  Las camas de parto, por ejemplo, están diseñadas más para la comodidad de los obstetras que para la de la mujer que está dando a luz, pues la forma natural de parir es en cuclillas, aprovechando la fuerza de la gravedad.  La lista continúa, y se manifiesta en la cultura a través de dichos como que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”, hasta uno que escuché hace unos años y que no reproduzco aquí por pura vergüenza.  Aquí no hay mucho trecho entre el dicho y el hecho.  No es cuestión de nivel socioeconómico ni de capacidad adquisitiva.  Se da hasta en “las mejores familias”.

La discriminación pasa por pagar salarios inferiores a la mujer por las mismas responsabilidades que a un hombre; acosarla laboralmente; exigirle que sea ama de casa, sin paga, a la vez que trabajadora fuera del hogar; creer que el hombre “colabora” con la crianza de los hijos y hasta felicitarle por ello.  Para muchas mujeres esta situación ha cambiado, pero con el alto costo de su masculinización: han tenido que volverse competitivas, agresivas, porque de lo contrario no hubiesen sobrevivido.  Sí, también es cierto que machismo se escribe con eme de mamá y que hay mujeres agresoras, acosadoras y abusadoras: muchas mujeres siguen reproduciendo el patriarcado.  Por ello es importante que mujeres y hombres reflexionemos sobre qué tipo de entornos queremos crear, si los hirientes de la espada o lo contenedores y amorosos del cáliz.  Para que la eme de las palabras mujer y hombre sea la misma eme de la palabra amor.