Colombia goza en estos momentos de un gran vacío ideológico en torno a los partidos políticos. Las banderas rojas, azules flotan en el aire a la deriva, no representan nada ante el pueblo colombiano. Sus líderes perdieron su norte, van y vienen de acuerdo a sus conveniencias burocráticas.
La doctora Marta Lucía Ramírez, en rueda de prensa, muy oronda manifestó:”el Partido Conservador carece de una democracia interna que garantice la participación real de sus bases…La agenda del Partido ha sido monopolizada por algunos congresistas cuyo único interés es mantener las cuotas burocráticas del Gobierno”.
Ella, líder moralista, no puede participar con personajes deshonestos, que serían un obstáculo en su camino a la Presidencia de la República. Se le olvida que los dos millones de votos que obtuvo en su campaña del 2014 fueron en gran parte conservadores.
Piensa ingenuamente que inscribirse por firmas y quedar registrada en las fotos con el expresidente Uribe, el pueblo la aclamará rotundamente con una votación mayoritaria.
Ignora que los buenos conservadores ya no confiarán en ella, pues hizo trizas las banderas azules arrojándolas al cesto de la basura.
Afortunadamente quedan auténticos conservadores, que saben muy bien que después de la tempestad llega la calma. Ellos no tienen miedo a los fantasmas imaginarios; por el contrario actúan con perseverancia, con amor a su partido, porque sus metas son mucho más audaces.
Sus principios están basados en las doctrinas de Caro y Ospina, que sostienen fundamentalmente la legalidad contra las vías de hecho, la moral cristiana contra el materialismo y el ateísmo, la libertad racional contra la opresión militar y demagógica, y la seguridad contra la arbitrariedad, entre otros puntos.
Por ello, debemos destacar líderes que contra viento y marea, mantienen las banderas en alto. Rubén Darío Lizarralde, ahora precandidato a la presidencia por el Partido Conservador, fiel cumplidor de los principios, trabajo incansablemente por los campesinos en el Cesar, siendo gerente de Indupalma logró que ellos se hicieran propietarios de las tierras que cultivaban, facilitándoles créditos para que pudieran pagarlos adecuadamente.
Por eso fue nombrado Ministro de Agricultura, por estar siempre a favor del campesino, siguiendo los pasos de ese gran presidente conservador Mariano Ospina Pérez, fundador de la Caja Agraria, uno de los organismos crediticios más efectivos diseñados para servir al agro.
Líderes como Rubén Darío Lizarralde son los que necesita el país, que defiendan con ahínco sus principios desde el mismo partido, sin renunciar a él, que converjan con una profunda renovación ética y espiritual del ser humano.
Así lo hizo Gandhi, que vivió en un país en el que la política era sinónimo de corrupción, que introdujo la ética en la vida pública a través de la palabra y el ejemplo, rechazando siempre el abuso del poder.