La solicitud de aplazamiento de la Convención Nacional del Partido Conservador, formulada por la bancada parlamentaria, sorprende hasta al más avezado y experimentado observador político. En vísperas de la realización de un plebiscito sobre un acuerdo de paz es evidente obligación de las colectividades partidistas orientar a sus militantes, fijando posición sobre la conveniencia o inconveniencia de su contenido. Así lo harán los demás partidos colombianos en ejercicio de la más elemental de sus actividades políticas y de la más obvia de sus responsabilidades con el país. Por ello, la razón aducida -no interferir con la campaña del plebiscito- es la única que no se puede invocar, porque además conferiría a los volubles congresistas competencia de la que carecen y responsabilidad que no les corresponde. Esa capacidad es propia de la Convención Nacional porque sólo ella es representativa de todos los estamentos y sectores de la colectividad y sólo a ella incumben las definiciones sustantivas sobre el pensamiento y la política del partido.
Después de la sentencia de la Corte Constitucional los ciudadanos se pronunciarán sobre una política pública comprendida en el texto del acuerdo que se firmará en la Habana, para acogerla en su totalidad, mediante el sí, o para procurar mejorarla, mediante el no. No hay acuerdo de paz perfecto, pero si los hay perfectibles, lo que los hace más sostenibles y duraderos. De lo que se trata es que satisfaga los principios de verdad, justicia, reparación y no repetición para que sea permanente y reparador. Tiene entonces que merecer una decisión de todo el partido y no de un solo estamento, además vulnerable a las tentaciones de la mermelada, los gajes de la burocracia y los intereses personales, y que no sujetará a los congresistas a la férula del expresidente Gaviria que solo avizora una menguada paz liberal.
Después de la discreta actuación de la bancada durante el trámite del acto legislativo para la Paz y de la ley de plebiscito, no pueden sus miembros camuflar su decisión bajo la apariencia de haber obtenido satisfacción a sus inquietudes por parte de quienes negociaron los textos habaneros. Aplazar la Convención sería una nueva demostración del espíritu gregario que ha venido creciendo entre los congresistas conservadores, que en nada corresponde al talante y sentimiento de los conservadores, y que podría implicar una ruptura “creadora” para recuperar la vocación de poder extraviada en el penoso y repetido acomodamiento de los congresistas. Son peligros que no deben minimizarse. Los congresistas se juegan su futuro.