Hay algo más importante que vengarse, olvidar las injurias; algo más meritorio que ser fuerte, ser tolerante; algo más noble que ser grande, ser humilde. Pero en la realidad de la vida lo que importa es una lucha feroz de todos contra todos, en que triunfan los más aptos, los poderosos, los que cuentan con mejores recursos. En lo económico el pez grande devora al pequeño.
“La falta de tolerancia -afirma Miguel Jiménez López- hace seres fanáticos, cerrados, conflictivos. Esto explica tanta guerra y tragedia. Cuando no hay tolerancia las fricciones se hacen insoportables, la comunicación cesa, el silencio entra en las relaciones, la amistad se detiene, el amor enferma y la soberbia y la venganza cubren el corazón. La actitud hostil y prevenida crea un clima propicio para la agresividad y la violencia”.
En el ambiente moderno -como en la infancia del mundo- el opulento aplasta al desprotegido. La estructura misma de la democracia al colocar a todos en un mismo terreno, partiendo de la falsa idea de igualdad de aptitudes, condiciones y elementos cerebrales, termina por consagrar aberrantes desigualdades e injusticias. El fuerte, el mejor dotado, invariablemente se ubica en un plano de ventaja y dominio ¿Cuándo el victorioso ha tenido consideración con el derrotado? Si el vencedor puede disponer de la vida del adversario sometido, quien puede lo más, puede lo menos. Esta circunstancia fomentó la esclavitud. Y hoy mismo, el indefenso se arrodilla ante quien monopoliza el dinero, la fuerza o la influencia.
Ninguna organización ha superado al cristianismo en su lucha inexorable contra la inequidad. El cristianismo ha sido la voz de los que no tienen voz. Su grito no ha sido para alabar al dominador que se viste de hierro, ni al influyente lleno de riquezas, sino para exaltar a los pobres de espíritu, a los mansos de corazón, a los que padecen persecución por la justicia, a la prole innumerable de los humildes a quienes les ofrece apoyo y esperanza, fe y energía. Nunca se había escuchado una voz más revolucionaria.
Pasarán siglos en alcanzar la realización plena de los ideales cristianos. Pero dada su fortaleza y bondad se convencerá el hombre de que es la única solución para una convivencia constructiva y próspera, alegre y fraternal.
No siempre hay que dar únicamente pan, o ropa vieja y deteriorada. Hay que dar amor, solidaridad, afecto, derechos, prerrogativas. No hay que esperar que la ley o la fuerza nos obliguen a ser generosos. Hay que dar espontáneamente, con desprendimiento de corazón, como administradores de tesoros ajenos y dar sobre todo, ahora y siempre.
La justicia es pan del alma, es la redistribución de lo que cada uno le pertenece. Un hombre esquelético, de semblante humilde pero convencido, vestido con una túnica religiosa, conmovió a la humanidad con esta admirable sentencia: “La sociedad está perdida porque practica una religión sin sacrificios, un comercio sin moral, una política sin principios y una ciencia sin conciencia”.