La explosión de la Inteligencia Artificial, insólitamente, trajo una suerte de paranoia colectiva sobre sus alcances. El tema es que la tecnología siempre fue una herramienta para hacerle más fácil la vida a las personas. Y en el último tiempo eso se convirtió en una quimera.
Lo que está pasando con la Inteligencia Artificial se suma a los peligros que están trayendo los drones, y ni hablemos del impacto que están teniendo estos artefactos en las dos guerras convencionales que ocurren por estos días y de las que insólitamente ya nos acostumbramos a convivir.
Todavía más. En esta columna hemos destacado cómo distintas cortes en los Estados Unidos están tratando de poner en cintura a las redes sociales. El impacto que están teniendo estas herramientas entre los más jóvenes sigue siendo negativo en muchos aspectos. Tanto es así que la Justicia norteamericana ya está detrás de los Facebook y Tiktok.
Y el postre se completa con el daño irreparable que todos los días está haciendo Google a todos los productores de contenido, como yo o como el periódico El Nuevo Siglo. Los medios en general ya no encuentran una fórmula para sobrevivir a las inclemencias de los algoritmos y las búsquedas.
Miren lo que pasó con el medio norteamericano Vice que despidió a casi toda su planta de empleados y está próximo a desaparecer. Insisto en que lo que pasa con Google es como si en los años 50, el repartidor del periódico se quedaba con el 95% del dinero que pagaban los lectores y solo le entregará un misero 5% a los que producían la publicación. Una cosa que sigue siendo insólita.
Es cierto que más que la tecnología fue la conectividad la que nos permitió sobrepasar de una manera productiva la mayor parte de la maldita pandemia. Sin embargo, los gigantes tecnológicos vienen en una competencia algo insólita: están disputando el primer puesto a ver quién asusta más con sus avances.
Si Microsoft con su todopoderosa inteligencia artificial que prácticamente promete que los humanos nos volveremos mucho menos competitivos de lo que ya somos. O Google que no para de hacer crecer sus algoritmos para escuchar hasta nuestros pensamientos. Y qué decir de Facebook que tiene adormecidos a los más jóvenes.
Las experiencias no se pueden ni digitalizar, ni virtualizar. A riesgo de hacer un homenaje no deseado a Paulo Coelho, es necesario insistir que ni los recuerdos, ni las experiencias, ni las alegrías son susceptibles de la digitalización acelerada. Quizá los negocios, las empresas, las transacciones, sí. Pero la interacción entre unos y otros ¡entre seres humanos! es simplemente irremplazable e inmodificable.
Estamos siendo testigos de una suerte de diáspora digital. Es un movimiento que parece masivo. Que todos tenemos que ir corriendo, empujados, gústenos o no, hacia la tecnología, hacía internet, hacia lo digital. Entramos, entonces, en el campo de la imposición. Muy pocas cosas funcionan desde la imposición. No echen más cuentos.